TRAS EL ESTROPICIO
Una crisis muy costosa: Alberto cedió a la presión K y quedó una grieta irreversible
Tras jactarse de haber conseguido apoyo y capital político propio, Alberto no resistió las presiones kirchneristas.
No se ve un giro claro de gestión
18.09.2021
Por Fernando Gutiérrez
Un empate con sabor a derrota.
La imagen futbolera vale para describir el impacto inicial que generó el recambio de gabinete después de la crisis que mantuvo en vilo al país.
Después de críticas que llevaron a la coalición del Gobierno al borde de la ruptura, se priorizó una fórmula para seguir adelante, y la solución encontrada no parece generar el entusiasmo de ninguna de las facciones en disputa.
"¿Tanto lío para esto?" fue una de las frases más escuchadas cuando se conoció la noticia.
Y estaba justificada porque, en comparación con el tono dramático de los días previos, el acuerdo de recambio de ministros no hace suponer un giro drástico en la orientación del Gobierno.
Alberto Fernández había hecho alarde de la cantidad de apoyos logrados -a nivel de gobernadores provinciales, intendentes del conurbano, dirigentes sindicales y líderes piqueteros- y había dicho explícitamente que él decidiría cuándo, cómo y con quién haría los cambios.
Mientras Cristina Kirchner hizo saber, tanto por voz propia como a través de gente de su confianza -como la diputada Fernanda Vallejos- su disgusto por la tibieza y los errores de los funcionarios de Alberto.
Después de semejantes gestos de desconfianza y de diferencias en lo personal y en lo programático, la sensación que había quedado era que no se podría seguir adelante sin que uno de los sectores no cediera poder ante el otro.
Pero se priorizó dar una imagen de unidad en la que todos han sacrificado algo.
El Presidente dilapidó rápidamente el capital político que había empezado a construir y que había entusiasmado a muchos con un giro que lo independizara del control kirchnerista.
Pero el hecho de que Eduardo de Pedro continúe en el gabinete y que se hayan alejado funcionarios de su confianza -incluido al secretario de comunicación y prensa, Juan Pablo Biondi, que había sido acusado por Cristina de "operar" en su contra- dejó una imagen de claudicación.
La "victoria" que puede mostrar Alberto es el gesto de sostener al cuestionado Santiago Cafiero, ahora en el complicado cargo de canciller.
Y, en cierta medida, también el hecho de que no se muevan de sus cargos -por ahora, al menos- los ministros de Economía, Martín Guzmán, de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, y de Trabajo, Claudio Moroni.
Guzmán sigue estando en la mira kirchnerista, pero la propia Cristina entendió que hasta que se firme el acuerdo con el Fondo Monetario su presencia es necesaria.
Aun así, las duras críticas al excesivo celo fiscalista de Guzmán hacen suponer que habrá una fuerte presión interna para un cambio en el flamante proyecto de presupuesto, que prevé moderación en el gasto público y en la emisión monetaria.
Manzur, la alianza con el peronismo conservador
El nombramiento de Juan Manzur como jefe de gabinete es un "empate".
Por un lado, su nombramiento parece lógico en esta coyuntura: es un gobernador que ganó en las PASO en un contexto en el que el peronismo acumuló derrotas en todo el mapa nacional.
Alberto puede argumentar que Manzur representa su vieja promesa de campaña de co-gestionar el gobierno con los gobernadores e intensificar la impronta federal.
Cristina, por su parte, hizo público que ella fue quien pensó primero en el tucumano como la persona indicada para reemplazar a Cafiero, de manera de dotar de mayor experiencia, ejecutividad y astucia política al cargo más importante del gabinete.
Pero lo cierto es que Manzur está lejos de ser una figura que caiga simpática en el kirchnerismo: tiene un perfil conservador en lo social que no se condice con la consigna de "ganar derechos".
Como botón de muestra, ha mostrado en su provincia una postura dura contra el aborto, que ha valido el repudio de los propios medios afines al kirchnerismo.
Manzur es, además, un político que ofrece flancos de ataque a la oposición.
Por ejemplo, por su vínculo con la industria farmacéutica, que siempre dejó versiones sobre contratos sospechosos en su época de ministro de Salud.
Hace una década, en la época de la gripe A, Manzur forjó su relación con el controvertido Hugo Sigman, que el año pasado prometió fabricar desde Argentina la vacuna de AstraZeneca y exportarla a toda la región.
Alberto Fernández nombró al tucumano Juan Manzur como jefe de gabinete: una concesión al peronismo conservador del interior
La vuelta de un incondicional
La incorporación de Aníbal Fernández no sorprendió, después de que el Presidente lo citó el mismo día en que se desató la crisis con la presentación de las renuncias de los funcionarios K.
Pero, aunque él sobreactúe una postura neutral, su llegada se puede interpretar más como una victoria del cristinismo: viene en reemplazo de Sabina Frederic, tan cuestionada desde el kirchnerismo como por la oposición.
La ahora ex ministra de Seguridad estuvo en guerra permanente con Sergio Berni, ministro de seguridad bonaerense que cuenta con el respaldo de la vicepresidente.
Y Aníbal es una figura muy ligada a Cristina, de quien fue ministro del Interior, de Justicia y, finalmente, jefe de Gabinete.
Además, durante la gestión macrista, fue un férreo oponente a las decisiones judiciales que llevaron a prisión a ex funcionarios K.
Este hecho le hizo ganar puntos en la cúpula del kirchnerismo, que lo considera uno de los suyos.
¿Cambios con mensaje de autocrítica?
Hay, finalmente, cambios que suenan a autocrítica por parte de todas las facciones del Gobierno.
La incorporación de Julián Domínguez en Ganadería, Agricultura y Pesca parece un intento de recomponer la relación con el campo.
La pelea generada por las retenciones, el cierre temporario de la exportación de maíz y ahora el cepo exportador a la carne -además de las declaraciones agresivas contra los productores- terminó siendo un factor de peso a la hora de explicar el revés electoral en provincias agropecuarias como Santa Fe, Córdoba, La Pampa y Entre Ríos, así como en el interior rural de Buenos Aires.
Con experiencia en el cargo y mayor peso político que el desdibujado Luis Basterra, tratará de enmendar una de las políticas más erradas del Gobierno.
Claro, le tocará hacerlo en un contexto de presión del núcleo duro kirchnerista, que reclama un enfrentamiento frontal con los productores y una mayor injerencia en la determinación de precios y en la gestión del comercio exterior.
El otro reemplazo con gusto a autocrítica es el del ministro de Educación, Nicolás Trotta, en quien la opinión pública personificó la decisión de mantener cerradas las escuelas.
Fue otra de las medidas que se pagaron caro en las urnas y que la oposición explotó a fondo.
El reemplazante, Jaime Perzyck, es un típico producto del kirchnerismo: ex rector de la Universidad de Hurlingham -una de las casas de estudio terciario del conurbano fundadas durante el gobierno de Cristina-, se desempeñaba como secretario de políticas universitarias.
Y fue uno de los funcionarios que, imitando el gesto de Wado de Pedro, puso su renuncia a disposición tras la derrota electoral.
También puede leerse como una concesión al universo K el regreso de Daniel Filmus, un kirchnerista de la primera hora que, en dos oportunidades, ha soportado estoicamente la batalla electoral en la Ciudad de Buenos Aires, el distrito más marcadamente anti-peronista.
Alberto Fernández y Cristina Kirchner: una ruptura difícil de remontar y mal pronóstico para las legislativas
Heridas, relanzamiento y ¿más votos en noviembre?
Pero, más allá de los nombres, la primera impresión que dejó esta crisis y su intento de resolución es que el Gobierno sigue sin resolver su problema de fondo: el de un Presidente que ha recibido el poder por delegación de su vice y que nunca termina de consolidar una imagen de autoridad.
La pelea de estos días dejó en evidencia que hay más que desavenencias de tipo personal: en el mismo seno del Gobierno se enfrentaban "modelos antagónicos", para usar una expresión que el Presidente repitió durante la campaña.
Por más que en el acto del lunes vuelvan las sonrisas, los abrazos, las apelaciones a la unidad y la marcha peronista, será imposible olvidar el tono y la dureza de los reproches mutuos.
Se dijeron palabras como "traición", "golpe", "okupas en la Casa Rosada" y hubo acusaciones cruzadas sobre las políticas sanitaria y económica.
No es fácil volver de eso, y de hecho en el ámbito político se interpretó que la ruptura no tiene marcha atrás.
Pero la propia Cristina dejó en claro, en su carta, que no estaba dispuesta a hacer con Alberto lo mismo que Julio Cobos había hecho con ella.
Es decir, que no iba a transformarse en líder de la oposición.
El problema es lo que esa promesa lleva como mensaje implícito: si Cristina no lidera la oposición, entonces su ambición es liderar el Gobierno.
Este apurado cambio de nombres, en principio, confirma que su reclamo de cambios ha sido satisfecho y que Alberto, después de haberse jactado de sus nuevos apoyos, no quiso llegar al extremo de declarar su indepen
dencia.
Los nombres cambiaron, pero la situación continúa tan tensa como antes. Ahora, el objetivo común de todas las facciones de la coalición es "el relanzamiento", en el cual se intentará dotar de relato épico a una serie de medidas que ya estaban en marcha o habían sido anunciada desde hace meses.
Los dos meses que restan de aquí a las legislativas de noviembre son una eternidad para un país con la intensidad de Argentina, pero estas primeras señales permiten suponer que, si el objetivo final de toda la movida fue mejorar las chances electorales del Frente de Todos, el método no parece haber sido el más adecuado.
fuente
"iProfesional", 18.09.2021
No hay comentarios:
Publicar un comentario