Nos dicen que no hay dinero para cumplir con el mandato constitucional que establece un 82% del sueldo percibido por los trabajadores activos y nos obligan a iniciar juicios por reajuste que duermen sueños eternos en las instancias judiciales, mientras la vida se nos escapa aguardando una justicia que no llega. Más de 300.000 expedientes juntan polvo en los anaqueles de Tribunales, mientras los abogados de la Anses recurren a todo tipo de chicanas para demorar el proceso.
En su Diario de la guerra del cerdo , Adolfo Bioy Casares desnuda una guerra generacional entre los jóvenes y los viejos, que son víctimas de la violencia y arrogancia de los jóvenes, que los persiguen y atacan buscando su exterminio.
Quienes hemos trabajado toda la vida realizando los aportes necesarios para garantizarnos una vejez digna nos sentimos víctimas de una tentativa de genocidio por omisión, que ensombrece una etapa de nuestra vida en la que nos sentimos impotentes para reclamar lo que en justicia nos pertenece.
Bertrand Russell decía que la calidad de una nación se mide por el trato que sus autoridades prodigan a sus sectores más vulnerables: los niños y los ancianos.
Desde la antigüedad, en las milenarias culturas orientales respetan y valoran a sus adultos mayores. Jubilación viene de "jubileo", una etapa en la que la sociedad premia los esfuerzos de quienes han contribuido a su progreso y bienestar. Los ancianos han sido siempre referentes de sabiduría y experiencia, y se ha valorizado las enseñanzas que les dio la vida. En Occidente, al retirarse, los pensionados reciben ingresos acordes con la función desempeñada y en muchos casos los vemos recorriendo el mundo y dándose una buena vida.
Entre nosotros, por el contrario, funciona una especie de "darwinismo al revés", en el que todo se nivela para abajo. Como decía Enrique Santos Discépolo en su celebrado tango "Cambalache": "Todo es igual, nada es mejor; lo mismo un burro que un gran profesor".
En los países escandinavos (Suecia, Noruega y Dinamarca) tienen sistemas previsionales ejemplares, dignos de ser imitados. Sus ciudadanos, al llegar a la edad para beneficiarse con el retiro o jubilación, cesan automáticamente en sus funciones y al finalizar el mes comienzan a percibir sus haberes previsionales, casi sin efectuar trámite alguno. En esas sociedades, en las que el Estado vela por el bienestar de sus ciudadanos, se descuenta que una persona que llegó a la edad adecuada para jubilarse realizó durante décadas los correspondientes aportes.
Extender los beneficios jubilatorios a quienes no han aportado un peso en su vida puede obedecer a razones humanitarias, pero extraer esos recursos del fondo previsional equivale a ser generosos con el dinero ajeno. Y explica que, mientras se desvían recursos para financiar el clientelismo del Gobierno, se somete a los aportantes a todo tipo de postergaciones. Cuando el monto del 80% de las jubilaciones no alcanza para cubrir la tercera parte del costo de la canasta alimentaria, estamos condenando a nuestros jubilados a extinguirse por inanición.
Al oír por la radio o ver por la televisión la autopropaganda de la Anses difundiendo sus beneficios a la tercera edad, nos pasa como con las viejas películas de Luis Sandrini: no sabemos si ponernos a reír o largarnos a llorar. Son muchas las cartas de jubilados que publican los diarios, en las que venerables ancianos, algunos de más de 80 años, reclaman el cumplimiento de sentencias en las cuales se les hace justicia y esperan poder disfrutarla en lo que les resta de vida.
Hace ya cinco años reclamé a la Anses por el reajuste de mi jubilación y todavía sigo aguardando, con la esperanza de no engrosar la lista de las víctimas de este genocidio por omisión, practicado irónicamente por quienes se autotitulan paladines de los derechos humanos.
© LA NACION
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