NARCOS:
CUANDO LOS DEJAS ENTRAR
-
I -
ALLENDE . 2011

Esta historia fue originalmente copublicada por ProPublica y National
Geographic. La nota está incluida en el número de julio de esta
revista, ya a la venta.
"Tenemos
testimonios de personas que afirman que participaron en el crimen. Se hablaba
de alrededor de 50 camionetas que llegaron a Allende con gente vinculada al
cartel. Ingresaron a domicilios, los saquearon, quemaron. Después de
saquearlos, llevaron a las personas que vivían en los domicilios a un rancho a
las salidas de Allende. Primero los mataron y luego los metieron a una bodega
donde había pastura, los rociaron con diésel y les prendieron fuego. Estuvieron
alimentando el fuego horas y horas".
José Juan Morales, coordinador de investigadores, Subprocuraduría de
Personas Desaparecidas en el estado de Coahuila.
Los indicios de que algo innombrable pasó en Allende son contundentes.
Cuadras
enteras, en algunas de las calles más transitadas del pueblo, yacen en ruinas.
Mansiones que fueron ostentosas hoy son cascarones desmoronados, con enormes
agujeros en las paredes, techos carbonizados, mostradores de mármol agrietados
y columnas colapsadas.
Esparcidos entre los escombros quedan los vestigios
raídos y enlodados de vidas destrozadas: zapatos, invitaciones a bodas,
medicamentos, televisores, juguetes.
En marzo de 2011, el tranquilo pueblo ganadero, de unos 23,000
habitantes y a solo 40 minutos en auto de la frontera con Texas, fue atacado.
Sicarios del cartel de los Zetas, una de las organizaciones de narcotráfico más
violentas del mundo, arrasaron Allende y pueblos aledaños como una inundación
repentina; demolieron casas y comercios, secuestraron y mataron a
docenas, posiblemente a cientos, de hombres, mujeres y niños.
La destrucción y las desapariciones se sucedieron erráticamente por
semanas.
Solo unos pocos familiares de las víctimas –en su mayoría los que no
vivían en Allende o habían huido– se atrevieron a buscar ayuda.
“Quisiera aclarar que Allende parece zona de
guerra”, se lee en un informe acerca de una persona desaparecida.
La
mayoría de las personas a las que les pregunté por mis familiares respondió que
no debería seguir buscándolos, porque a los de afuera no los querían y los
desaparecían”.
Pero, a diferencia de la mayoría
de los lugares en México destrozados por la guerra contra las drogas, lo que pasó en Allende no se originó en México.
Comenzó
en Estados Unidos, cuando la Administración para el Control de Drogas (DEA)
logró un triunfo inesperado.
Un agente persuadió a un importante miembro de los
Zetas para que le entregara los números de identificación rastreables de los
teléfonos celulares que pertenecían a dos de los capos más buscados del cartel,
Miguel Ángel Treviño y su hermano Omar.
Entonces, la DEA se la jugó.
Compartió la información con
una unidad de la policía mexicana que, por mucho tiempo, ha tenido problemas
con filtraciones de información, aunque sus miembros habían sido entrenados y
aprobados por la DEA.
Casi de inmediato, los Treviño se enteraron de que habían
sido traicionados.
Los hermanos
planearon vengarse de los presuntos delatores, de sus familias y de
cualquiera que tuviera un vínculo remoto con ellos.
La atrocidad en Allende fue
particularmente sorprendente, porque los
Treviño no solo habían basado algunas de sus operaciones en las
cercanías –con movimientos de decenas de millones de dólares en drogas y armas
por la zona cada mes– sino que también habían
hecho del pueblo su casa.
Durante años después de la
matanza, las autoridades mexicanas solamente hicieron esfuerzos inconsistentes
para investigar.
Erigieron un monumento en Allende para honrar a las víctimas,
sin determinar por completo lo que había sido de ellas ni castigar a los
responsables.
Al final, autoridades
estadounidenses ayudaron a México a capturar a los Treviño, pero nunca
reconocieron el costo devastador de ello.
En Allende, la gente sufrió, sobre
todo en silencio, porque estaban demasiado asustados para hablar públicamente.
Hace un año, ProPublica y National Geographic emprendieron la
labor de juntar las piezas de lo que pasó en este pueblo del estado de
Coahuila: dejar a los que sufrieron la mayor parte del ataque, y a los que
tuvieron algún papel en él, que contaran
la historia en sus propias palabras, con frecuencia con gran riesgo para sus
vidas.
Voces como estas rara vez se han escuchado durante la lucha contra
el narcotráfico: funcionarios locales que abandonaron sus puestos, familias
asediadas por el cartel y por sus propios vecinos, operarios del cartel que
cooperaron con la DEA y vieron asesinados a sus amigos y familias, el fiscal
estadounidense que supervisó el caso y el agente de la DEA que lideró la
investigación y quien, como la mayoría de la gente en esta historia, tiene
vínculos familiares en ambos lados de la frontera.
Cuando le preguntaron durante una
entrevista sobre su papel en el caso, el agente Richard Martinez se desplomó en
su silla, con lágrimas en los ojos. “¿Cómo me hizo sentir el hecho de que la
información se hubiera filtrado? Prefiero no decirlo, para ser honesto con
usted. Me gustaría dejarlo así. Prefiero
no decirlo”.
La masacre
Mientras caía la tarde del
viernes 18 de marzo de 2011, hordas de sicarios del cartel de los Zetas
empezaron a entrar en Allende.
GUADALUPE GARCÍAFUNCIONARIA JUBILADA
"Estábamos comiendo en Los Compadres
y entraron dos hombres. Se notaba que no eran de aquí. Tenían un aspecto
distinto. Eran unos huercos, entre 18 y 20 años. Pidieron 50 hamburguesas para
llevar. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que algo pasaba y decidimos que
era mejor irnos a casa".
MARTÍN MÁRQUEZVENDEDOR DE HOT DOGS
"Empezaron a suceder cosas en la
tarde. Llegaron hombres armados. Fueron casa por casa buscando a las familias
de quienes los habían traicionado. A las 11:00 de la noche ya no había movimiento
de autos en la calle. No había movimiento de ningún tipo".
ETELVINA RODRÍGUEZMAESTRA DE SECUNDARIA Y ESPOSA DE LA VÍCTIMA EVERARDO ELIZONDO
"Por lo regular, mi marido, Everardo,
llegaba a las 7 o 7:30 de la tarde. Yo lo esperaba en mi casa. Dieron las 7,
7:30, 8, 9. Y empecé a marcarle. El teléfono estaba fuera de servicio. Pensé
que a lo mejor estaba en casa de su mamá y se le descargó la pila. Le llamé a
su mamá. Me dijo que no lo había visto y que a lo mejor andaba por ahí con
algunos amigos. Pero no tenía sentido. Él me hubiera avisado. Me salí a
buscarlo en el auto.
Se sentía un ambiente tenso. Eran las 9 de
la noche, no tan tarde para ser viernes. El pueblo estaba completamente
solo".
A pocos kilómetros a las afueras
del pueblo, los sicarios bajaron en
varios ranchos vecinos a lo largo de una carretera de dos carriles pobremente
alumbrada.
Las propiedades pertenecían a uno de los clanes más antiguos de
Allende, los Garza.
La familia se dedicaba principalmente a la ganadería y
realizaba trabajos diversos, entre ellos la minería de carbón.
Pero, de acuerdo
con miembros de la familia, algunos de ellos también trabajaban para el cartel.
Ahora estos nexos resultaban
mortíferos.
Entre aquellos de quienes
los Zetas sospechaban que eran soplones –de manera equivocada, se supo
más tarde– estaba José Luis Garza, Jr., un miembro del cartel de rango
relativamente bajo.
Cuando las camionetas llenas de sicarios invadieron
Allende, uno de sus primeros destinos fue un rancho que pertenecía al padre de
Garza, Luis, a pocos kilómetros del pueblo, junto a una carretera de dos
carriles mal iluminada.
Era el día de pago y varios trabajadores habían ido al
rancho por su dinero.
Cuando aparecieron los sicarios, tomaron como rehén a todo aquel que encontraron.
Al anochecer, las llamas empezaron a alzarse desde uno de los grandes almacenes
de bloques de cemento del rancho, donde el
cartel quemó los cuerpos de los muertos.
- Sarah Angelita
Lira farmacéutica
y esposa de la víctima Rodolfo Garza, Jr
- "Llegó mi
marido, Rodolfo. Me dijo: ‘Me duele muchísimo la cabeza, me voy a bañar’.
Estaba totalmente cubierto de polvo porque estaba abriendo una nueva mina
de carbón. Después de un rato empezó a sonar su teléfono. Yo pensaba que
había ido a acostarse, pero salió del dormitorio, totalmente vestido, y me
miró a los ojos de una forma que nunca había visto antes. ‘No salgas de la
casa –me dijo–. Está sucediendo algo. No sé qué es, pero no salgas de la
casa. Voy y vuelvo'.
- Poco después, me
llamó: ‘Sal de la casa –dijo–. Y no te vayas en nuestra camioneta.’ Me
dijo que le pidiera a mi primo que nos llevara a casa de mi madre a
nuestra hija, Sofía, y a mí.
- El rancho de su
tío Luis estaba en llamas. Y había muchos hombres armados en la entrada.
Su hermana no contestaba su teléfono. Su padre tampoco contestaba. Rodolfo
mandó a uno de sus obreros, Pilo, al portón a ver qué pasaba. Pilo había
sido militar. Los hombres abrieron. Pilo entró, pero nunca salió.
- Rodolfo estaba
inconsolable. No encontraba a sus padres. No encontraba a su hermana. Y
ahora su mejor empleado había desaparecido. Me dijo que iba a intentar
entrar al rancho por la parte trasera.
- Unos minutos más
tarde, llamó otra vez. Hablaba tan bajo que casi no podía oírlo. Me dijo:
‘Sálganse de Allende. Dile a tu prima que te lleve a Eagle Pass. No hagas
maletas. Váyanse nomás.’
- Evaristo
Treviño (sin relación con los jefes de los Zetas), exjefe de
bomberos
- "Oficiales
a mi cargo respondieron a reportes de un incendio en uno de los ranchos de
los Garza. Hablamos de menos de tres kilómetros desde Allende.
Aparentemente se celebraba un convivio de la familia Garza. Entre los
primeros que acudieron al lugar había bomberos con una máquina de apoyo.
Se percataron de que había personas conectadas con el crimen organizado,
las cuales les indicaron, de forma muy vulgar y a punta de pistola, que se
retiraran. Dijeron que iba a haber muchos incidentes. Que íbamos a
recibir muchas llamadas de emergencia sobre balaceras, incendios
y cosas así. Nos dijeron que no teníamos autorización para responder.
- En
mi papel como jefe de bomberos, lo que hice fue avisar a mi superior,
quien, en este caso, era el alcalde. Le dije que encarábamos una situación
imposible y que lo único que podíamos hacer era mantenernos al margen por
la amenaza que también enfrentábamos. Había demasiados hombres
armados. Temíamos por nuestras vidas. No podíamos responder a las
balas con agua".
Desde Allende, los sicarios avanzaron hacia el norte a lo largo de un
paisaje llano y seco, acorralando a gente mientras cubrían los 55 kilómetros
hasta la ciudad de Piedras Negras, una extensión mugrienta de fábricas
ensambladoras sobre el río Bravo.
Los atacantes condujeron a muchas de
sus víctimas hasta el rancho de los Garza, incluyendo a Gerardo Heath,
jugador de futbol de secundaria de 15 años, y Édgar Ávila, de 36 años e
ingeniero en una fábrica.
Ninguno de los dos tenía nada que ver con el cartel o
con la gente que el cartel creía que trabajaba con la DEA. Solo estaban ahí.

- Los Zetas demolieron casas y comercios en Allende. El hombre que era alcalde durante la masacre todavía vive al otro lado de la calle frente a esta casa. Inicialmente, reportó que no había visto ningún indicio de violencia.Kirsten Luce / National Geographic
- Claudia
Sánchez Directora de asuntos culturales y madre de la víctima
Gerardo Heath
- "Estaba
empacando porque nos íbamos a San Antonio a las cinco de la mañana para ir
a un partido de futbol. Gerardo iba a jugar, así que teníamos que estar
ahí temprano. Gerardo y su hermana hacían tonterías afuera. Me asomé por
la ventana y vi que llegaban dos amigos de Gerardo en coche. Eran nuestros
vecinos.
- Gerardo
entró y me preguntó si podía ir con sus amigos. Le contesté: ‘No, Gerardo.
Tenemos que empacar.’ Lo siguiente que supe fue que Gerardo traía puesta
la ropa que le habíamos comprado por su cumpleaños. Acababa de
cumplir 15. Su camisa era azul y hacía juego con sus ojos. Me dijo:
‘Anda, mamá. No me tardo.’
- Le
dije: ‘Está bien, Gerardo. No tardes.’
- Alrededor
de las 10 de aquella noche, mi marido llamó al celular de Gerardo para saber
a qué hora volvería a casa. Gerardo no respondió. Mi marido llamó otra
vez. Nada. Poco después tocaron a la puerta. Eran amigos de Gerardo, de la
escuela. Parecían aterrorizados. Les pregunté: ‘¿Qué pasa? ¿Dónde está
Gerardo?’
- Los
muchachos dijeron: ‘Se lo llevaron.’
- Pregunté:
‘¿De qué están hablando? ¿Quién se lo llevó?.’
- Los
muchachos dijeron que vieron a Gerardo y a nuestros vecinos frente a la
casa de ellos. Llegó una camioneta llena de hombres armados. Los
hombres subieron a los vecinos y a Gerardo a la camioneta y se fueron.
Los muchachos no reconocieron a los hombres. Y, como tenían armas, no se
atrevieron a decir nada.
- Unos
minutos después llamamos al alcalde de Piedras Negras. Estaba en una boda.
Nos dijo que se sentía terrible por lo que nos había pasado, pero que no
había nada que él pudiera hacer. Ni una sola patrulla llegó".
- María
Eugenia Vela abogada y esposa de la víctima Édgar Ávila
- "Estaba
en el trabajo, esperando a que el juez firmara unos proyectos de sentencia
que yo había escrito, cuando me habló Édgar para decirme que Toño, su
amigo, lo había invitado a ver un partido de futbol. Yo estaba embarazada
y, cuando llegué a casa, me sentía muy cansada. Édgar le había dado de
cenar a nuestra hija y la bañó. Le pedí que me comprara empanadas antes de
irse. Me las trajo y me dio un beso.
- No
fue sino hasta que me desperté, a las 2 de la mañana, que me di cuenta de
que no estaba Édgar. No entraba ninguna de mis llamadas. Me dije: ‘Qué
raro que Édgar no me haya hablado.’ Édgar siempre me hablaba.
- Me
quedé en un sillón esperándolo el resto de la noche, hasta alrededor de
las 6:30 de la mañana. Entonces llamé a mi hermana. Le dije que Édgar no
había llegado a casa. Entonces ella vino a mi casa y, en pijama, fui con
ella y mi cuñado a casa de Toño. No había nadie, pero había signos
de violencia. Estaba todo tirado".
A la mañana siguiente, sábado 19 de marzo, los sicarios llamaron a
varios operarios de maquinaria pesada y les ordenaron demoler docenas de casas
y comercios en toda la zona.
Muchas de las propiedades fueron saqueadas
a plena luz del día, en colonias prósperas y transitadas, a la vista no
solo de transeúntes, sino cerca de oficinas gubernamentales, jefaturas de
policía y puestos militares.
Los sicarios invitaron a la gente del
pueblo a tomar lo que quisiera, desencadenando una ola de saqueos.
Los registros del gobierno obtenidos por ProPublica y National
Geographic indican que a las autoridades estatales encargadas de
responder ante emergencias les llovieron unas 250 llamadas de personas
que reportaban disturbios, incendios, riñas e “invasiones a hogares” por toda
la zona.
Los entrevistados señalaron que nadie acudió a ayudar.
- Rodríguez esposa
de una de las víctimas:
- "El
sábado empezó todo. Empiezan a tronar casas. Empieza a entrar la gente, a
saquear, y todo lo que yo podía pensar era dónde podría estar Everardo.
Todo el sábado lo pasé buscándolo y llamando a la gente para preguntar:
‘¿Qué has sabido?.’
- Una
persona me dijo: ‘Vi a hombres armados.’ Otra me dijo: ‘Las bodegas se
siguen quemando. El humo es muy negro, es como si estuvieran quemando
llantas. Es un humo muy negro, espantoso.’
- Recibí
una llamada de un hombre que trabajaba con mi marido. Mi marido criaba
gallos de pelea. En esta región, las peleas de gallos son muy populares.
Él trabajaba para José Luis Garza, pero no de tiempo completo. Solo iba en
las mañanas y en las tardes a alimentar a los animales.
- El
hombre me dijo: ‘Las cosas están muy feas ahí en el rancho. No sabemos qué
pasó con toda la gente.’ Yo pregunté: ‘¿Cómo que qué pasó con la gente?
¿Cuál gente?.’
- Dijo
que varios de los que trabajaban con mi marido no habían llegado a
sus casas en la noche. Uno andaba con el tractor. Otro andaba regando.
Y nadie regresó a sus casas.
- Le
pregunté: ‘¿Pues qué hacemos? Vamos a buscarlos.’ Me dijo: ‘Ni te acerques
para allá, porque te llevan a ti también.’
- Pasó
algo que se me quedó aquí, esa imagen de cómo la gente entró a las
forrajeras y sacaban los costales de alimento para los animales, hasta los
pericos, traían las jaulas. Traían lámparas y juegos de comedor.
- A
mí, la imagen que se me quedó muy grabada fue de una motocicleta pequeña
en la que, atrás del que manejaba, iba una señora. La mujer había
convertido una sábana en morral. La traía así como tipo Santa Claus, a un
lado, llena de cosas. Y del otro lado, en la mano llevaba una lámpara. Y
así iban en la moto, no podían equilibrarse, parecía que se iban a caer,
pero ellos felices, porque ya llevaban no sé qué tantas cosas.
- Márquez vendedor
de hot dogs
- "Dos
amigos míos se dedicaban a recolectar y vender chatarra. Se dieron cuenta
de que el rancho estaba en llamas y los dueños ya se habían ido. Así que
fueron –el papá y su hijo– para ver si había algo de valor para cargar.
Vieron una freeza [un congelador] al lado de la carretera, una freeza
grande. Y la quisieron mover. Pero estaba muy pesada. Y el padre dijo:
‘Ven ayúdame, vamos a echarla pa’rriba.’ La abrieron y había dos
cuerpos ahí adentro. Huyeron".
- Evaristo
Rodríguez veterinario y vicealcalde de Allende en aquella época
- "Se
reunió todo el consejo municipal, no formalmente, solo estábamos reunidos:
el alcalde, todos los regidores, el director de seguridad pública
también. Y pues sí, había muchas preguntas. Lo principal: ‘¿Qué
está pasando?’. Pero todo el mundo quería saber, sobre todo, el
porqué de las cosas. Ya todos sabíamos que había una balacera y algunos
casos de desaparecidos y muertos.
- Sí
se preguntó mucho qué hacíamos, pero nadie quería hacerse cargo. Uno de
los regidores incluso dijo: ‘Oye, pues vámonos de aquí, de la presidencia,
no vaya a ser que vengan por nosotros.’
- No
me quería sentir héroe, pero sí quería que al menos nos quedáramos en
nuestras oficinas para que la gente viera que no la habíamos abandonado.
Pero todos los funcionarios querían irse. Todos se enfocaron en sus
propias familias.
- Con
todo lo que estábamos viviendo, desconfiábamos de todos. Nos
dábamos cuenta de que había una situación de doble gobierno; no sé si me
explico: el gobierno oficial de Coahuila y lo que es la delincuencia, que
tenía el mando. Sabíamos que la policía ya estaba infiltrada.
- El
director de seguridad pública nos comentó: ‘Es algo entre ellos.’ No dijo
nada más. No hacía falta. Yo entendí: ‘No investiguen y no se metan, o ya
verán’.
- Lira esposa
de una de las víctimas
- "La
última llamada con Rodolfo fue al cuarto para las 12. Sonaba agotado.
Todavía no sabía nada de sus padres. Le dije que había hecho todo lo que
podía por ellos y que ahora era tiempo de pensar en Sofía y en mí. Le
rogué que viniera a Eagle Pass con nosotros. Él dijo: ‘Bueno, ahí voy.’
- Nunca
más escuché de él".
- Sánchez madre
de una de las víctimas
- "No
hay un manual que te diga cómo actuar cuando alguien te arrebata un hijo.
No hay un primer paso. Te vuelves loca. Quieres correr, pero no sabes
adónde. Quieres gritar, pero no sabes si alguien está escuchando. Uno de
mis primos sugirió que lo pusiera en Facebook. Así que escribí:
‘Devuélvanme a mi hijo. Si alguien sabe dónde está, tráiganmelo de
vuelta'".
- Vela esposa
de una de las víctimas
- "¿Cómo
puedo explicar lo que sentí? Era como si aquel día me hubieran secuestrado
a mí también. De alguna manera, yo también morí. Mataron
el futuro que teníamos, los planes, los sueños, las ilusiones, la paz,
todo. En aquella época había vivido más tiempo con Édgar del que había
vivido sin él. Solamente piense usted en esto. Además, estaba embarazada,
no podía tomar ni un tranquilizante. Tenía que intentar mantenerme
ecuánime, muy tranquila, pero llegaba a mi casa y sentía que se me caía
encima. No encontraba dónde sentarme sin sentir que las paredes se me
caían. No alcanzaba a comprender. Fíjese, a pesar de ser abogada, no
alcanzaba a comprender qué había pasado".

El
operativo
Unos meses antes, en las afueras
de Dallas, la DEA había lanzado el operativo Too Legit to Quit [Demasiado
Legítimo para Rendirse], después de unas redadas que tuvieron resultados
sorprendentes.
En una, la policía había encontrado 802,000 dólares en efectivo,
empacados al vacío y escondidos en el tanque de gasolina de una camioneta.
El
conductor dijo que trabajaba para un
tipo al que solo conocía como El Diablo.
Después de más detenciones, el
agente Richard Martinez, de la DEA, y el fiscal federal adjunto Ernest Gonzalez
identificaron a El Diablo como Jose Vasquez, Jr., de 30 años, un nativo de
Dallas que había empezado a vender droga cuando estaba en la secundaria y que
entonces era el distribuidor de cocaína
más importante de los Zetas en el este de Texas, donde movía camiones
llenos de drogas, armas y dinero cada mes.
Pero Martinez y Gonzalez vieron
en su huida una oportunidad. Si podían persuadir a Vasquez para que cooperara
con ellos, les daría acceso a los altos rangos de un cartel, que era
notoriamente impenetrable, y la posibilidad de capturar a sus jefes,
especialmente a los Treviño, conocidos
como Z-40 y Z-42, que habían dejado un sendero de cadáveres en su escalada
a la cima de la lista de los más buscados por la DEA.
Miguel Ángel Treviño era
conocido como Z-40 y Omar como Z-42.
Lo que
Martinez quería eran los PIN (números de identificación personal) rastreables
de los teléfonos Blackberry de los Treviño.
Vasquez, después de huir, le había
dado al agente una amplia ventaja. Su mujer y su madre todavía vivían en Texas.
- Jose Vasquez, Jr Operario convicto de los Zetas
- "Mi mujer
me llama como a las 6 de la mañana. Me dice: ‘Oye, la casa está rodeada.’
- Le pregunté:
‘¿Qué quieres decir con que está rodeada?.’
- Contestó: ‘Sí,
hay mucha policía afuera.’
- Le dije: ‘Pues,
escucha, probablemente te van a detener. Déjame llamar [a mi abogado].
Sobre todo, no les digas nada. Intenta relajarte nomás. Te sacaremos con
una fianza.’
- Le dije:
‘Destruye los teléfonos.’ En la casa teníamos inodoros que descargaban con
mucha fuerza, así que los rompió y los tiró al escusado.
- Entonces me llamó Richard [Martinez]
desde allí. Me puso en el altavoz, para que mi mujer pudiera escuchar.
- Me advirtió que
la iba a detener. Pensé que era un engaño, así que le dije: ‘Haz lo que
tengas que hacer'".
- Ernest Gonzalez fiscal federal adjunto
- Al principio, lo
único que queríamos era que Jose se rindiera y cooperara, para que nos
explicara la estructura de la organización de los Zetas. Creo que esto nos
habría aplacado en aquel momento, porque realmente no sabíamos cuán cerca
estaba –cuán próximo era– de Miguel y Omar. No sabíamos –hasta que empezó
a decir con quién hablaba, con quién se veía–lo que estaban haciendo. Fue
entonces cuando nuestra perspectiva de lo que podríamos hacer, y cómo,
empezó a cambiar. Empezamos a idear
planes para capturarlos.
- Cuando Jose no
se entregó y vimos que estaba dispuesto a sacrificar a su esposa, supimos
que teníamos que apretar las tuercas aún más, o presionarlo más.
- Richard le dijo:
‘Se van a presentar cargos contra tu madre’.
- Vasquez operario convicto de los Zetas
- "Le dije:
‘Hombre, oye, me voy ahorita mismo a la frontera, cruzo y me entrego. No
peleo para nada. Firmaré todos tus papeles de incautación. Dame cadena
perpetua. Tira la llave a la basura. No me importa. Pero deja a mi mujer
en paz. Deja a mi madre en paz.’
- Él dijo: ‘Oye,
la única forma en que tu mujer no vaya a la cárcel, que tu madre no vaya a
la cárcel, es si cooperas con nosotros.’
- Le contesté:
‘Richard, no quiero cooperar, hombre. Esto va a traer muchos muertos’.
- Él dijo: ‘Lo
único que tengo que decirte es que, si no cooperas, ellas van a ir a la
cárcel contigo’.
- Le pregunté a
Richard: ‘¿Qué quieres?’.
- Richard Martinez agente de la DEA
- "Yo quería
los números. Buscábamos capturar a los líderes de los Zetas. Pensé que
estos números nos daban la mejor oportunidad de dar con ellos.
- A la hora de la
verdad, muchos de estos tipos huyen de Estados Unidos. Pero, si creciste
aquí, todavía es Estados Unidos, el mejor país del mundo. Todavía quieres
volver algún día. Si tu familia está aquí, quieres estar con ellos. Pensé
que, una vez que Jose se diera cuenta de que la fiesta se había acabado,
iba a hacer lo necesario para ayudarnos. Yo iba a empujarlo para que lo
hiciera mientras tuviera la oportunidad.
- Esto nos desvía
del tema, pero me acuerdo de cuando iba a México de niño. Mi mamá es de
allá, de Monterrey. He estado en Coahuila. Tengo familia en Coahuila. No
puedes volver ahora. Es triste decirlo, pero no puedes ir por esos caminos
rurales. Me encantaría que mi familia regresara, pero no puede.
- Vi esos números
como una llave. Son muy significativos. Los vi como una oportunidad para
detener el reinado de Miguel Ángel y Omar Treviño.
- Gonzalez fiscal federal adjunto
- "Era algo personal, totalmente. Era importante
por mi origen, por mi herencia personal y por el conocimiento de lo que
[los Zetas] le estaban haciendo a México. Pasaba los veranos con mis
abuelos en ese país. Tenían granjas y ranchos. Disfruté mi juventud en
México.Esta organización estaba
destruyendo todo eso con su avaricia y violencia".
Para evitar la captura, los Zetas
hicieron que su lugarteniente más cercano en Coahuila, Mario Alfonso “Poncho”
Cuéllar, les diera celulares nuevos cada
tres o cuatro semanas.
Cuéllar le asignó la tarea de comprar teléfonos
nuevos a su mano derecha, Héctor Moreno.
Ante la presión de obtener los
PIN de los teléfonos, Vasquez recurrió a Moreno, utilizando información que él
manejaba.
Fue Gilberto, hermano de Moreno, quien había sido sorprendido al
volante del camión con 802,000 dólares en el tanque de gasolina.
Con 20 años de
prisión por delante, Gilberto había confesado que trabajaba para los Zetas y
que el efectivo pertenecía a los hermanos Treviño.
Vasquez organizó que su abogado
en Dallas representara a Gilberto y le prometió que no dejaría que nadie en el
cartel supiera de las declaraciones incriminadoras de Gilberto.
Moreno le
devolvió el favor a Vasquez al aceptar conseguirle los números.
Pero, llegado el momento, Moreno lo reconsideró.
- Héctor Moreno exoperario de los Zetas
- Los Zetas
controlaban todo. Hacían lo que querían. Cuando los soldados iban a una
zona, alguien del ejército nos avisaba con antelación.
- A veces llegaban
aviones llenos de policías federales, con 200 oficiales, pero recibíamos
una llamada una semana antes: ‘¿Almacenan algo en tal o cual casa?'.
- Respondíamos:
‘No, no hay nada ahí’.
- Decían: ‘Qué
bueno, porque hay una orden de cateo para ese lugar y los agentes van a
llegar el jueves’.
- El gobierno nos dijo todo. Así sabía que, si el gobierno conseguía esos números, los Zetas se iban a enterar.
- Vasquez operario convicto de los Zetas
- "El día que
Héctor me iba a dar los números, le llamé. Me dijo: ‘Conseguí los números,
pero los tiré.’
- Le dije: ‘¿Qué
pasó? Dijiste que me los ibas a dar.’
- Me contestó:
‘Estos números nos pueden meter en muchos problemas, así que los eché por
la ventana.’
- Le dije: ‘Tengo
a estos tipos esperándome. Les prometí que les iba a dar los números. ¿Y
mi familia?’
- Después de un
rato lo convencí de que regresáramos al camino donde los había tirado. Lo
recorrimos de arriba abajo por cerca de una hora o dos hasta que encontramos el trozo de papel.
- Conseguí todos los números: el de 40 y 42, y de
todos ellos. No sabía lo
que iban a hacer con ellos. Pensé que iban a intentar interceptarlos o
algo así. Nunca pensé que iban a mandar los números de vuelta a México.
Les dije que no hicieran eso, porque iban a causar la muerte de mucha
gente. No solo eso, yo todavía estaba allí. Todavía andaba con esa gente.
Me dijeron que no lo harían. Richard me dijo que tenía que confiar en
él".
La ocupación
La gente
de Allende no
era ajena a la ilegalidad.
Por su proximidad a la
frontera –los vecinos hacen sus compras de fin de semana en el centro comercial
de Eagle Pass, Texas– hacía mucho que familias dedicadas al contrabando vivían
tranquilamente en la comunidad.
Sin embargo, para 2007, los Zetas se establecieron ahí con el dinero y
la fuerza de una ocupación hostil.
Eliminaron a rivales, tomaron el
control de agencias gubernamentales importantes, convirtieron a la policía
local en su secuaz y transformaron la
región en un refugio para todo tipo de criminales.
Se asimilaron a la sociedad,
casándose con miembros de familias locales o asociándose con ellos.
Algunos
lugareños se unieron a las filas del cartel, incluyendo a varios miembros de un
prominente clan de rancheros y mineros, los Garza.
- Carlos Osuna empresario retirado y organizador para el
Partido Acción Nacional
- "La
violencia que estalló aquí en 2011 no sucedió de un día para otro. Ya
había narcotráfico desde hacía mucho. Y, por largo tiempo, solo había un
jefe, llamado Vicente Lafuente Guereca. Todos sabían quién era y a qué se
dedicaba. Pero había respeto mutuo. Él respetaba a la sociedad y la
sociedad lo respetaba. Y, en ese tenor, la vida seguía con cierta
normalidad. Las drogas pasaban, pero la sociedad no intervenía. Y Lafuente
no intervenía con el gobierno ni con la sociedad civil. No había
secuestros. No había nada de eso".
- Pero la
coexistencia pacífica acabó cuando asesinaron a Lafuente".
- Moreno exoperario de los Zetas
- "Cuando
llegaron los Zetas, reclutaron a todos para que trabajaran con ellos.
Todos los narcos de la región tenían que trabajar para los Zetas. Ya no
había grupos independientes. Antes de que llegaran, Coahuila había sido
una especie de libre mercado. Quien quisiera podía operar ahí. Los Tejas
[banda con base en Nuevo Laredo] estaban ahí. El Chapo [Joaquín Guzmán,
cabeza del cartel de Sinaloa] estaba ahí. Estaba abierto de par en par.
Pero llegaron los Zetas y mataron a Omar Rubio, de los Tejas. Mataron a Vicente
Lafuente y a unas pocas personas importantes más. Y todo el que quedó se
les unió.
- Mi familia había
vivido en la región por mucho tiempo. Del lado de mi mamá tenía familiares
que dirigían funerarias y ferreterías. Del lado de mi papá tenían ranchos.
Pero la verdad es que nada de eso daba tanto dinero como el tráfico de
drogas. Por eso me involucré".
- Ángel Humberto
García médico y exlegislador
- "Cuando fui
miembro del Congreso, los agricultores y rancheros de Allende empezaron a
venir a verme. Estaban aterrados porque
sus vidas eran amenazadas. Dijeron que los criminales se habían apoderado
de sus propiedades. Algunos me contaron que la única manera en que podían
entrar a su propia tierra era si les pedían permiso a los criminales.
- Uno de ellos era
José Piña. Me comentó que había pedido ayuda a la policía y le dijeron que
no podían hacer nada. Había un puesto de control militar a pocos metros de
su propiedad, así que le pregunté: ‘¿Y los soldados?’. Me contestó: ‘Les
he dicho a los soldados y nada’. Pregunté: ‘¿Qué quiere decir con nada?’.
Dijo: ‘No van a hacer nada’.
- Indicó que [los Zetas] le habían ofrecido dinero por
su rancho, pero no lo iba a tomar. Se había quejado con el
presidente municipal y el gobernador, pero no conseguía que nadie lo
escuchara. Así que vino a mí y me dio una carta escrita a mano para el
presidente.
- Dos días después, el señor Piña estaba muerto".
El diario mexicano El Universal publicó un artículo sobre el asesinato en 2009.
Informó que el cuerpo de Piña, hallado detrás de una escuela primaria católica,
estaba tan lleno de balas que parecía que había sido “cosido a balazos”.
El
texto decía que le habían cortado la
lengua y los dedos, uno de los cuales se lo habían metido en la boca.
Los
asesinos dejaron una nota escrita: “Nosotros no nos metemos con ustedes,
ustedes no se metan con nosotros”.
- Moreno, exoperario de los Zetas
- "Los Zetas
mataron a Piña porque su rancho estaba ubicado en el río Bravo. Tanto 40
como 42 solían pasar por ahí a diario. Dejaban el portón abierto y
entonces su ganado se escapaba. Se quejó al respecto con los militares.
Los soldados les dijeron a los Zetas y por eso fueron y lo mataron".
- Ricardo Treviño (no tiene parentesco con los líderes de los
Zetas), expresidente municipal de Allende
- "Una noche
[los Zetas] golpearon a mi hijo. Fue muy feo. Tenía moretones en todo el
cuerpo. Tenía la cara hinchada. Le pusieron una ametralladora en la cabeza
y amenazaron con dispararle. Había estado tomando con unos amigos. Se
detuvieron en una gasolinería. [Los Zetas] lo golpearon ahí, en frente de
la policía.
- Fui a la policía
y pregunté: ‘¿Por qué por que chingados permitieron que estos cabrones
golpearan a mi hijo?’ Tomé las llaves de sus patrullas. Les dije: ‘¿De qué
sirve tener oficiales en las calles si no van a proteger a la gente?’.
- Me dijeron: ‘No
podemos con ellos. Nos matan si
tratamos de detenerlos. Traen muchas armas.’
- Más tarde salí,
me puse a tomar demasiado. Cuando caminaba hacia mi auto, vi a algunos
policías cerca. Les grité: ‘Díganle al jefe [de los Zetas] que lo quiero
ver’.
- Al día
siguiente, mientras hacía unas diligencias en el pueblo, vi una hilera de
autos que venía hacia mí. Los autos frenaron frente a mí. ‘El jefe quiere
hablar con usted.’ Me llevaron a uno de los autos. Entré junto al
conductor. Era 42.
- Preguntó: ‘¿En
qué le puedo servir, señor alcalde?’.
- Le dije:
‘Escuche, ¿cómo se sentiría si alguien le partiera la madre a su hijo? ¿No
se encabronaría?’.
- ‘Por supuesto’,
respondió.
- ‘Pues estoy
encabronado –le dije–. Ustedes piensan que son muy cabrones porque tienen
armas y no hay nada que podamos hacer. Puede que tenga razón. Pero en lo
que a mi familia se refiere, si quiere tocar a alguien, viene conmigo. Si
quiere matar a alguien, máteme a mí’.
- Dijo: ‘No lo voy
a matar. Usted no es mi enemigo, siempre y cuando se ocupe de sus asuntos
y nos deje encargarnos de los nuestros. Pero, por favor, mantenga a su hijo
en casa por la noche. Si quiere
beber con sus amigos, que lo haga en casa. La noche es nuestra’"
- Fernando Purón presidente municipal de Piedras Negras
- "Hubo un
punto en el que empezamos a ver señales de que [los Zetas] habían empezado
una especie de toma hegemónica de todas las actividades comerciales.
Además del tráfico de drogas y de armas, echaron a andar compañías y
negocios en el sector de servicios, en bienes raíces, en la construcción.
- Por ejemplo,
empezaron a operar casas de cambio en la frontera, para cambiar dólares
por pesos. Montaron conciertos y
bailes. Abrieron restaurantes, bares y zonas rojas. Se metieron en la
compraventa de autos usados. Luego fueron por negocios más grandes.
Empezaron a construir centros comerciales, hoteles y casinos.
- Y empezaron a vivir aquí. Después de un tiempo, sus hijos empezaron a
asistir a las escuelas con nuestros hijos.
- No crea que
vivían en las afueras o en algún rancho al margen de la ciudad. Vivían
justo aquí, frente al ayuntamiento. De hecho, desde este balcón puedo
señalarle una de las casas en las que vivían.
- Todos les tenían
miedo. Los Zetas eran más fuertes
que el gobierno, ¿entiende? Eran más fuertes económicamente.
Mejor organizados. Estaban mejor armados. Todos les tenían miedo y, los
que no, habían sido comprados".
- Osuna empresario retirado y organizador para el
Partido Acción Nacional
- "El mayor
efecto en la sociedad fue en nuestra sensación de libertad. Ya no podía ir
a mi rancho, o incluso a la esquina, sin miedo de que alguien me
confundiera con alguien más y me golpeara, o peor. Esa pérdida fue lo que
más sentimos.
- Y entonces,
incluso si no estábamos involucrados [con el cartel], establecían vínculos con nuestras familias.
Uno de ellos se casaba con una prima o hija de un amigo cercano, y de
repente estaban en las mismas fiestas o cenas de Navidad.
- Al principio
solo nos quedábamos callados por miedo. Pero, por desgracia, el tráfico de drogas trae mucho dinero. Y
nos gusta el dinero. Así que estos tipos se aparecen con él y empiezan
a desparramarlo, y, antes de que uno se dé cuenta, son miembros del Club
de Leones.
- No era difícil
darse cuenta. Somos una comunidad pequeña. Todos conocemos el nivel de
ingresos de todos. Así que cuando alguien vive con 1,000 pesos un día y
con tres millones de pesos al siguiente, dices espérate, algo está
pasando. Desafortunadamente, todos lo aceptamos".

La
filtración
Alrededor de tres semanas después
de que Vasquez le diera los números PIN a la DEA, los
jefes del cartel recibieron la noticia de que uno de los suyos los había
traicionado y lanzaron una ola de venganza.
Fuentes oficiales cercanas al
caso dijeron que un supervisor de la DEA en Ciudad de México compartió
información relacionada con los números con una unidad de la policía federal
mexicana conocida como Unidad de Investigaciones Sensibles, cuyos agentes habían
sido entrenados y examinados por la DEA.
A pesar de ello, tenía un pobre
historial manteniendo información fuera de las manos de delincuentes.
Un
oficial de la unidad, dijeron las fuentes, fue el responsable de la filtración.
Cuando ocurrieron los hechos, los jefes de la unidad no respondieron a
múltiples solicitudes de entrevistas.
Sin embargo, a principios de este
año, uno de los supervisores de la unidad, Iván Reyes Arzate, se entregó a las
autoridades federales estadounidenses para enfrentar cargos por compartir
información sobre las investigaciones de la DEA con narcotraficantes.
No queda
claro si Reyes fue la fuente de la filtración en el caso de Allende.
No fue
difícil para los Zetas reducir la lista de delatores bajo
sospecha, porque muy poca gente tenía acceso a sus números PIN.
Entre ellos
estaban Mario Alfonso “Poncho” Cuéllar, el lugarteniente más importante de los
Treviño en Coahuila, y Héctor Moreno, mano derecha de Cuéllar.
Sin
decírselo a Cuéllar, Moreno le había dado los números PIN a Vasquez.
Le
estaba devolviendo un favor.
El hermano de Moreno, Gilberto, era el conductor
del camión que había sido detenido con 802,000 dólares en el tanque de
gasolina.
Frente a la posibilidad de pasar 20 años en prisión, Gilberto había
confesado que trabajaba para los Zetas y que el dinero pertenecía a los
Treviño.
Vasquez había arreglado que su abogado representara a Gilberto y
prometió que impediría que nadie más del cartel supiera sobre sus declaraciones
incriminatorias.
- Mario Alfonso
“Poncho” Cuéllar Operario convicto
de los Zetas
- "¿Cómo
sabía que había bronca? Porque yo tenía 596 kilos de cocaína del cartel y
40 mandó a un tipo para quitármelos. Esto era algo que les había visto
hacer muchas veces. Cada vez que 40 planeaba matar a alguien en la organización,
primero se aseguraba de recuperar su mercancía.
- Me mandó una
foto de sí mismo, cubierto con dibujos de sapos. Al pie de la foto
escribió: ‘Mira, güey, me balacearon por los pinches sapos’. Sapos es la
palabra que utilizan para los soplones.
- Llamé a 40 y le
pregunté: ‘¿Oye, qué onda con eso?’. No respondió. Lo único que me dijo
fue: ‘Necesito verte. ¿Dónde vas a estar más tarde?’
- Le dije que iba
a estar en las carreras de caballos. Pero no fui. Llamé a gente mía y les
pedí que checaran qué pasaba allí. Después de llegar, me llamaron y me
dijeron ‘Estás fregado’. Uno de los hombres de 40 estaba allí, mentándome
la madre porque no había ido. Ahí supe que me tenía que ir.
- Empecé a llamar
a toda mi gente, les dije: ‘Sálganse, que hay bronca’. Ninguno de ellos me
hizo caso, desafortunadamente. Cuando 40 no pudo encontrarme, fue por
ellos.
- Vasquez Operario convicto de los Zetas
- "Héctor
[Moreno] me llamó y me dijo que se
venía un desmadre infernal. Me preguntó qué había hecho con los
números. Le dije que se los había entregado a la DEA. Me dijo: ‘Algo está
pasando. De alguna manera, los Zetas se enteraron’.
- Le llamé a
Richard [Martinez] y le pregunté: ‘¿Qué hiciste con los números?’
Contestó: ‘Hombre, los mandaron a México’.
- Le dije:
‘Hombre, ¿cómo dejaste que eso pasara? Te dije lo que iba a pasar si esos
números llegaban a México’.
- Richard
respondió: ‘Hombre, yo no fui. No fue mi decisión. Vino de más arriba. El
jefe lo hizo. Mandaron los números a México pensando que tenían un amigo
allí en quien podían confiar’".
- Gonzalez Fiscal federal adjunto
- Richard llamó y
dijo que teníamos los números, pero que habían sido enviados a México.
Exclamé: ‘¿Qué?’. No nos habíamos reunido para discutir cómo manejarlos.
Me enojé. Creo que Richard pensaba como yo. Tampoco quería que se hiciera
de esa manera, pero estaba fuera de su alcance. Dijo: ‘Son los jefes. Es
la gerencia’.
- Sabía bien que
había problemas de discreción en México. Cuando en ocasiones anteriores se
había pasado información, siempre parecía que algo iba a suceder.
- Habíamos tratado
desde hacía tiempo de ubicar a los Treviño. Tratar de saber cuál sería el
mejor mecanismo para poder decir, finalmente, ‘Aquí están, en este
momento’. Sabíamos que se movían mucho. Esta era una de las oportunidades
en que podías hacerlo. Era algo con lo que habíamos batallado por mucho
tiempo. Habíamos presionado a gente para que cooperara. Habíamos apresado
a esposas y madres, y habíamos realizado todos esos grandes arrestos.
- Era una gran
oportunidad. Pero se desperdició porque no se hizo bien y se puso en
riesgo".
Vasquez, Moreno, Cuéllar y Garza,
cuyo rancho familiar fue la escena de muchos de los asesinatos, huyeron a
Estados Unidos cuando empezó la masacre y accedieron a cooperar con las fuerzas
de la ley estadounidenses a cambio de clemencia. Los escalofriantes reportes de
lo que estaba pasando en Allende hicieron que las autoridades de Estados Unidos
se dieran cuenta de la ira que había
desencadenado aquella filtración".
Seis años después de la masacre,
no se ha hecho casi ningún esfuerzo para limpiar las escenas de los crímenes.
Cuadras enteras yacen en ruinas todavía. Esparcidos entre los escombros están
los vestigios de las vidas que llegaron a un fin violento.
- Cuéllar Operario convicto de los Zetas
- "Me acuerdo de mi primera reunión con la
DEA. Les expliqué lo que estaba pasando en Coahuila, sobre toda la
violencia. Me acuerdo que Ernest [Gonzalez] se levantó de la mesa, salió y
enfrentó a uno de los jefes de la DEA. Empezó a gritarle. Dijo algo así
como: ‘¿Escuchaste lo que está pasando? Todo
esto porque mandaste aquellos números a México’.
- Gonzalez Fiscal federal adjunto
- "Le
dije que esto era una porquería. Las cosas nunca tenían que haber pasado
así. Teníamos información que nos podría haber ayudado a capturar a estos
tipos, pero, por la manera como se manejó, todo se desmoronó. Y ahora era
un maldito lío".
La secuela
Durante años, las autoridades
estatales y federales en México no parecían hacer un esfuerzo verdadero para
indagar en el ataque.
Las autoridades federales mexicanas dijeron que sus
predecesores no investigaron porque los asesinatos no se podían conectar al
crimen organizado, pero reconocieron que ellos tampoco han investigado.
Fuente
“UNIVISIÓN NOTICIAS”, 2018
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