12.12.1990
EL PRIMER "SUICIDIO" DE LA ERA MENEMISTA RODEADO DE MISTERIOS AUN NO REVELADOS Los hijos de Echegoyen remueven la causa
|
Por Miguel Bonasso
La autopsia realizada el 13 de diciembre de 1990 estableció que tenía rotos los huesos de la nariz, pero no determinó con claridad la causa de esa fractura, que pudo ser producto de un golpe y no del disparo que ingresó por la boca y tuvo salida por el parietal derecho. También existe una controversia sobre "las placas apergaminadas" (un moretón en lenguaje llano) que el cadáver presentaba en la frente. Según dictaminaron los peritos en aquel momento y lo ratificaron el 12 de agosto pasado, esa lesión pudo haberse producido durante el traslado del cuerpo a la morgue. La familia y su perito de parte rechazan rotundamente esa explicación de los forenses, porque el traslado se llevó a cabo doce horas después de la muerte.
En estos días, Marcela Echegoyen, con el patrocinio del abogado Atilio Carlos Neira solicitó aclaraciones al nuevo dictamen médico, que califican de "elusivo, ambiguo y rayano en la reticencia". La ofensiva de los Echegoyen no se limita al juzgado de la doctora Ramond; hace unos meses solicitaron al Consejo de la Magistratura el juzgamiento de Roberto Marquevich, actual titular del juzgado federal de San Isidro, que tuvo a su cargo la causa por "muerte dudosa" hace nueve años y la mandó dos veces al archivo con "insólita celeridad", tras "omitir groseramente" medidas rutinarias, lo que supondría "mal desempeño en sus funciones" e incluso un posible delito de acción pública penado por el artículo 269 del Código Penal. El pedido no tuvo difusión y recién se revela en estas páginas. Al juez Marquevich se lo ha relacionado con otro suicida famoso, Alfredo Yabrán, y el Excalibur demostró en su momento que eran frecuentes los cruces telefónicos entre Yabito S.A. y el magistrado.
La actual jueza Ramond, que debe responder a los requerimientos de la familia Echegoyen, era secretaria cuando Marquevich estuvo a cargo de la causa.
En estos días, los
Echegoyen fueron a la Carpa contra la Impunidad, a reunirse con otros familiares, como los
padres del fotógrafo José Luis Cabezas. Para darse ánimos mutuamente, para preguntarse
si llegarán un día a la verdad. Si la macabra escena que gira en su conciencia desde
hace nueve años encontrará al fin la explicación que les permita cerrar el duelo y no
pensar, como algunos de ellos lo piensan en los momentos de desaliento, que éste es un
país sin destino en el que no merece la pena que vivan los hijos y los nietos.
La escena que no se borra
La primera persona que vio el cadáver del brigadier Rodolfo Echegoyen,
a la seis de la mañana del 13 de diciembre de 1990, fue su yerno José Alberto del Campo,
casado con Marcela Echegoyen. Y en su retina y en su memoria han quedado grabadas para
siempre algunas imágenes de aquel diciembre: algunas frases escuchadas en esos minutos,
que Pepe del Campo, entonces un joven peruano de 30 años no podía entender ni aquilatar,
pero que con el paso del tiempo fueron creciendo en su conciencia como una planta venenosa
que hunde sus raíces en una sospecha que no puede expresar en voz alta, pero tiene nombre
propios: Yabrán, Ibrahim al Ibrahim; ciertos mandos de la Aeronáutica; el Servicio de
Informaciones de la Fuerza Aérea.
El jueves 12 de diciembre de 1990, el Indio Echegoyen festejó con su
familia, en un almuerzo íntimo, el casamiento por civil de su hijo Rodolfo. La ceremonia
religiosa y la fiesta grande debía llevarse a cabo dos días más tarde, ese sábado. Y
Echegoyen había organizado, como era su costumbre, todos los detalles. Pepe del Campo y
Marcela habían llegado de Perú para participar del acontecimiento con su hijita María
José, la única nieta que el Indio llegó a conocer en sus 58 años de vida. Después del
banquete, el brigadier, su esposa Raquel y los hijos llegados de Lima se fueron a dormir
la siesta en el departamento de los padres en Belgrano. A eso de las ocho de la noche,
Echegoyen recibió una llamada y le dijo a Raquel que debía ir a una reunión y regresaba
enseguida. "Acompañalo, Pepe", propuso la esposa a su yerno peruano. "No,
voy solo, quedate Pepe", dijo el suegro y se fue. Marcela y su marido lo vieron
marchar preocupado, pero estaban muy lejos de imaginar lo que ese ceño fruncido
preludiaba y nadie se preocupó hasta que empezaron a desgranarse las horas de la
madrugada. A las tres, Raquel se puso como loca y dijo:
--Yo lo voy a llamar a Laporta.
El brigadier Mario Alfredo Laporta era entonces el influyente señor
J2; el jefe de Inteligencia de la Fuerza Aérea. Un amigo de la familia que estaba en
condiciones de encontrar a Rodolfo.
No sabían que Laporta ya trabajaba entonces para el
Grupo Yabrán, en el que ocuparía varios cargos, y coordinaba su estructura oficial con
el aparato de seguridad e inteligencia del Cartero. Cuando se enteraron, se acabó la
amistad. Laporta, pese a su oficio, no aportó dato alguno, pero su hijo Martín, un
muchacho de 21 años, que era amigo de José Ignacio Echegoyen, se sumó a la búsqueda.
Con Martín fue el peruano Pepe a la oficina de la calle Arroyo, que su suegro compartía
desde su retiro en la Fuerza Aérea con el abogado Mario Folchi, un hombre impenetrable,
experto en Derecho Aeronáutico y cercano el entonces ministro de Obras y Servicios
Públicos Roberto Dromi.
Llegaron a las seis de la mañana y lo primero que advirtió Pepe
es que allí estaba la camioneta Renault 18 de Echegoyen perfectamente estacionada.
Entraron al viejo edificio, que "olía a naftalina" y Martín Laporta le
señaló al peruano cuál era la oficina del suegro. Las ventanas daban al patio: dos
estaban cerradas con persianas metálicas, pero en una tercera, con la persiana a medio
cerrar, se filtraba la luz de neón de una oficina.
Pepe abrió y se puso a gritar: allí
estaba su suegro recostado contra su hombro, de espaldas a la ventana. Y enseguida
comprendió que estaba muerto.
El hijo del J2 propuso llamar a la policía y según Del
Campo sospecharía años más tarde, también fue a llamar a su padre.
Cuando la policía
entró, el joven peruano se metió con ellos. Lo vio en su escritorio, con la cabeza
recostada sobre el hombro, con un agujero sangrante en la parte superior del parietal
derecho, las piernas abiertas bajo la mesa y un 38 Smith & Wesson especial colgando de
su pulgar y no del índice como hubiera sido lógico en un profesional de las armas. En la
frente presentaba una marca violácea de un centímetro y medio de largo, que no le había
visto horas antes. Pepe no lo advirtió en aquel momento, pero después supo que en el
tambor del revólver había cuatro balas solamente. Faltaba la del disparo mortal y otra
más. En cambio encontró el proyectil y se lo señaló a un policía. Las balas del
tambor eran de punta hueca y ese plomo curiosamente, era liso. Le llamó la atención que
no hubiera manchas de sangre o de masa encefálica en la cortina de la ventana, pero no
sospechó nada concreto. Simplemente se puso a llorar por el padre de su mujer, "que
era un tipo abierto, llano, nada militar".
Cuando llegó el juez Marquevich
acompañado por la secretaria Ramond lo quiso echar, pero el muchacho se negó a dejar el
lugar. Afuera esperaban sus cuñados José Ignacio y Rodolfo, acompañados de Martín
Laporta. El J2 no se hizo presente. Sí en cambio apareció el socio del estudio, Mario
Folchi, que a Pepe le pareció "de aspecto hitleriano". Nunca supo quién le
había avisado, pero se le grabó para siempre la primera frase que se le escapó al
desagradable socio al contemplar el sillón ensangrentado:
--Uy, mi sillón.
Pepe era peruano, no conocía los usos y costumbres locales y por eso
no le llamaron la atención otros hechos extraños de aquella noche, como el traslado del
cuerpo en una ambulancia de la Fuerza Aérea y no en una del SAME como hubiera sido lo
normal.
La adhesión del muchacho al padre de su mujer era tan grande que él se empeñó
en vestir el cadáver. Horas más tarde, cuando se preparaba el velorio, Pepe se topó con
algunos camaradas de armas de su suegro, que musitaban en los pasillos. De uno de ellos no
se olvidará nunca. Era el brigadier Juan Carlos Cuadrado, albacea oficial de Echegoyen.
(En la Fuerza Aérea, cada piloto tiene un albacea designado por el arma, que debe
ocuparse de informar y asistir a la familia de un camarada en caso de muerte.) Cuadrado le
preguntó qué buscaba y Pepe le dijo que el uniforme de gala, para vestirlo.
--Y porqué no le ponés un pijama --fue la desconcertante respuesta
del albacea que Pepe tardó años en comprender. "Era evidente que, por investigar en
Ezeiza lo consideraban un traidor a la Fuerza."
En el velorio no hubo coronas, ni
ofrecimientos de apoyo oficial. Que recién le llegarían a Juan José, el hermano
peronista del presunto suicida, a través de otro brigadier, el inefable Antonietti y el
secretario de la Presidencia, Alberto Kohan. Y un pésame personal de Alfredo Yabrán que
visitó días más tarde a la viuda. El J2 Laporta estaba en el velorio y fue de los que
pensaron que no era bueno dejar entrar a la prensa.
Algunos días más tarde, en el club de golf Cabeza de Caballo, cercano
al aeropuerto de Ezeiza, donde los oficiales de la Aeronáutica disfrutan sus ocios, un
mozo escuchó al pasar la conversación de cuatro brigadieres. Uno de ellos decía:
--Por fin nos sacamos al Indio de encima.
Claves de
un "suicidio"
|
FUENTE
"página 12"
www.pagina12.com.ar/1999/99-09/99-09-06/pag07.htm
Domingo 06 de abril de 1997 | Publicado en edición impresa
Echegoyen estaba por hablar cuando murió
FUENTE
"lanacion.com", 06.04.1997
Lunes 12 de mayo de 1997 | Publicado en edición impresa
Aumentan las sospechas sobre la muerte del brigadier Echegoyen
La investigación original por la muerte del brigadier (R) Rodolfo
Echegoyen, ocurrida el 13 de diciembre de 1990, suma elementos para
conjeturar que el final trágico del ex titular de la Aduana fue al menos
sospechoso. La carta que supuestamente dejó al fallecer presenta dos
tipos de trazo, lo cual haría suponer que tiene letra de dos personas.
FUENTE
"lanacion.com", 12.05.1997
Viernes 11 de abril de 1997, Buenos Aires,
República Argentina
FUENTE
"Clarín digital", 11.04.1997
No hay comentarios:
Publicar un comentario