TRUMP MADE IN THE USA
Tentaciones autoritarias: cómo América Latina nos preparó para Trump
La
democracia en Estados Unidos está a prueba.
Quienes hemos vivido o
trabajado en la región, conocemos bien de mandatarios que juegan con los
límites de su poder.
Adiós al “excepcionalismo estadounidense”.

Credit...Al Drago para The New York Times
Por
Es periodista y colaborador regular de opinión de The New York Times.
1 de agosto de 2020
MIAMI — Para los que hemos vivido o
trabajado en América Latina, las tentaciones autoritarias y los
desplantes fotográficos de Donald Trump, de pronto, se ven familiares.
De hecho, los periodistas latinoamericanos estamos bien entrenados para
lidiar con alguien como el actual presidente de Estados Unidos.
Nos ha
tocado ver una larga lista de líderes que abusan de su poder y utilizan a
los soldados para su propio beneficio.
La democracia en Estados Unidos está a prueba.
El presidente se preguntó en un tuit
si se deberían retrasar las elecciones presidenciales de noviembre por
un supuesto fraude en la votación por correo.
Por principio, no hay
ningún fraude y Trump no puede tomar una responsabilidad que es del Congreso.
Trump va perdiendo en todas las encuestas y retrasar las elecciones
significaría que él se quedaría más tiempo del estipulado en la
presidencia, como muchos líderes autoritarios han hecho en el pasado en
América Latina.
Además de la
preocupación de que extienda su permanencia en el poder, inquieta el
envío por parte de su gobierno de agentes federales a Portland, Oregón,
para contrarrestar las protestas de los últimos dos meses.
La mayoría de
los 2000 agentes movilizados
forma parte de un grupo élite de la Patrulla Fronteriza (CBP, por sus
siglas en inglés).
Pero líderes locales creen que su presencia es
contraproducente y solo aumenta las tensiones con los manifestantes que
reclaman, precisamente, el abuso policial y la desigualdad racial.
“Esto
es un ataque a nuestra democracia”, dijo el alcalde de Portland, Ted
Wheeler.
La demanda presentada
por la procuradora general de Oregón contra el Departamento de
Seguridad Interna, el Servicio de Alguaciles, el Servicio de Protección
Federal y la Patrulla Fronteriza describe imágenes que me recuerdan las
prácticas más tenebrosas de los sistemas totalitarios en América Latina.
El documento dice que agentes federales “han usado vehículos sin
identificar para circular por el centro de Portland, han detenido a
manifestantes y los han puesto en vehículos sin identificar, sacándolos
de lugares públicos sin arrestarlos o establecer una razón para su
detención”.
Este tipo de abuso contra civiles lo había escuchado de agentes de la seguridad del Estado en Venezuela, Nicaragua y Cuba, pero no de operativos en Estados Unidos.
A menos de cien días de las elecciones presidenciales, Trump ha amenazado con enviar a agentes federales a otras ciudades, como Albuquerque y Chicago,
que tienen alcaldes del Partido Demócrata y que, de acuerdo al
presidente, enfrentan problemas de criminalidad.
No es ningún secreto
que, detrás de su mensaje de “ley y orden”, está su explícito deseo de
reelegirse.
Son votos a través del uso de la fuerza.
Esto no es nuevo.
En junio, días después que se reveló que Trump fue llevado a un búnker de la Casa Blanca,
miembros de la Guardia Nacional y de la policía dispersaron con balas
de goma y gases irritantes a cientos de manifestantes pacíficos de la
plaza Lafayette.
Y todo para que el presidente pudiera cruzar el parque y
tomarse una fotografía con la biblia en la mano frente a la iglesia de St. John.
El
general Mark Milley, el militar de más alto rango en el país y jefe del
Estado Mayor Conjunto, reconoció en un inusual discurso que se equivocó
al acompañar al presidente Trump en esa caminata.
“No debí haber estado
ahí”, dijo en un video, “mi presencia […] creó la percepción que los militares están involucrados en política doméstica”.
Sacar
al ejército para que actúe como policía dentro de Estados Unidos no es
común.
Hay que remontarse a una ley de 1807, llamada The Insurrection
Act.
Y hasta el mismo secretario de Defensa, Mark Esper, contradiciendo
al presidente, dijo que esa opción militar solo debe utilizarse “como último recurso” y que “no estamos en esa situación ahora mismo”.
A pesar de eso,
1600 soldados en activo de Fort Bragg en Carolina del Norte y Fort Drum
de Nueva York fueron enviados a las afueras de Washington D.C., según reportó The New York Times.
Ellos, finalmente, nunca fueron utilizados para controlar las manifestaciones.
Pero unos 5000 miembros de la Guardia Nacional sí llegaron de varios estados a proteger la capital.
Todo esto generó un enorme malestar.
“Tenemos a los militares para pelear contra nuestros enemigos”, dijo el almirante retirado Mike Mullen en una entrevista, “no para pelear con nuestra propia gente”.
Lo
que hizo Trump es muy inusual y destruye cualquier vestigio del
“excepcionalismo estadounidense”.
En cambio, lo hemos visto antes en
América Latina.
Algunos mandatarios de la región han sacado a soldados y
a agentes federales a las calles para imponer su voluntad y atacar a
sus propios ciudadanos u opositores.
Y los resultados han sido
desastrosos.
El dictador de Venezuela, Nicolás Maduro, utiliza a sus militares para matar, reprimir y mantenerse en el poder.
Amnistía Internacional denunció
que el año pasado “la policía y el ejército continuaron haciendo uso de
fuerza excesiva y, en algunos casos, intencionadamente letal contra
manifestantes”.
Mucho antes, durante la presidencia de Carlos Andrés
Pérez, los militares venezolanos fueron responsables de al menos 276 muertes, según cifras oficiales, en el llamado Caracazo.
Las
dictaduras militares en Argentina y Chile fueron particularmente
violentas y crueles con los civiles opositores en las décadas de los
setenta y ochenta.
En México, el ejército asesinó a decenas y quizás
cientos de estudiantes en la masacre de Tlatelolco en 1968.
Y, en Guatemala, la Comisión para el Esclarecimiento Histórico concluyó que los militares fueron responsables del 85 por ciento
de las violaciones a los derechos humanos y hechos de violencia entre
1962 y 1996.
A pesar de que la gran mayoría de los países
latinoamericanos son hoy democracias funcionales, hay una larga y triste
historia de militares utilizados por razones ideológicas o partidistas.
La
tan criticada decisión de Trump de enviar a agentes federales a otras
ciudades y su tuitera idea de retrasar las elecciones presentan ahora un
serio desafío para la democracia estadounidense.
Pero para que la
nación no caiga en esa “predisposición fundamental” para “limitar la
libertad individual”, como lo describe la profesora Karen Stenner en su
libro The Authoritarian Dynamic,
es preciso una prensa vigilante, una mayoría bien informada y sin
prejuicios, un ejército profesional y apartidista y la absoluta
independencia del Congreso y la Corte Suprema de Justicia.
Al
final, estoy convencido, Estados Unidos sobrevivirá las tentaciones
autoritarias de Trump.
Es, quizás, mi optimismo de inmigrante.
Este
todavía es un país mucho más fuerte que cualquier individuo con falsos
sueños de grandeza.
Jorge Ramos es periodista, conductor de los programas Noticiero Univisión y Al punto, y autor del libro Stranger: El desafío de un inmigrante latino en la era de Trump. @jorgeramosnews
fuente
"THE NEW YORK TIMES", EE.UU., 01.08.2020
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