UNA AUTOCRÍTICA…
¿SERÁ LA PRIMERA Y…?
Por qué liberar presos es más gorila que peronista
Presidiarios se ven el techo de la prisión federal
del barrio residencial Villa Devoto, en Buenos Aires, Argentina, Abril
24, 2020. REUTERS/Agustín Marcarián
Me hago cargo de haber sido responsable de la liberación de los presos
de Trelew, de haber acompañado los dos primeros viajes de Austral, y no
olvido que dos de los liberados vinieron tres meses después, con
dignidad, a comunicarme que volvían a participar de la lucha armada.
Cámpora inició su caída cuando la guerrilla lo convenció de que las
cárceles debían ser liberadas por el pueblo y no por el Congreso.

Perón
era un hombre de Estado, un militar de carrera que jamás hubiera
aceptado esa delegación del poder a la multitud, como si no se hubieran
ganado las elecciones y se dejara de asumir la responsabilidad de
conducir los destinos colectivos.
No imaginó que Cámpora se dejaría
llevar por grupos de jóvenes irresponsables, con importantes cargos en
el gobierno que, lejos de agradecer los lugares otorgados por la
democracia, poco tardaron en volver a la violencia a la que concebían
como un elemento transformador.
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25 de mayo de 1973: la liberación de los presos políticos de la cárcel de Devoto
Perón les había entregado una parte importante de los cargos dando por sentado que se harían responsables de ejercerlos.
Cámpora había defraudado a Perón.
Elegir su nombre implica optar por la inconsciencia de la violencia juvenil a la digna historia y construcción de un pueblo.
Aquel error del ayer es el prólogo del extravío de hoy.
El kirchnerismo es un pragmatismo que encontró en aquel error la
herencia de una mística de la que carecía y se ocupó, entonces, de
instalar los derechos humanos de la guerrilla en sustitución de la
concepción de Estado y Nación propios del peronismo.
Hoy parece
repetirse el error de imaginar el anarquismo como una superación del
peronismo o un sendero de justicia de la política.
Al liberar a los
presos, se está expresando una concepción del Estado que solo sirve para
espantar votantes y debilitar las instituciones, una concepción ajena
al peronismo, que fue una fuerza del orden.
Asombra el parecido, la
semejanza de conductas, entre los “gorilas“ más duros y los jóvenes de
La Cámpora.
Son unos la contracara de los otros.
La ética es resultado del patriotismo, sin el cual ningún principio
puede tener vigencia.
Los pueblos orgullosos de su historia dan la vida
por su patria.
Llevamos cinco décadas dedicados a destruir lo público
-el Estado- para entregar sus bienes a sectores privados que generan
ganancias sin producir riquezas, siendo esa la causa esencial de nuestro
endeudamiento.
Los mismos poderes que le dieron letra a la
dictadura genocida sedujeron a la dirigencia para la disolución del
Estado.
Ahora, cuando la sociedad descree de su fracasada conducción, le
exigen con razón, asociados a sus inconscientes explotados, un ejemplo
de ética y dignidad que no están en condiciones de dar.
El virus disolvió los sueños de eternidad de los codiciosos, el becerro
de oro tan adorado por sus profetas enfrentó la muerte a la soberbia de
sus tecnologías.
Fue ella, la muerte, la que vino a imponer la igualdad
que había fracasado en los fusiles de los revolucionarios.
Y la
corrupción nos asombra como si alguno ignorara que, disuelto el mito de
una patria común, se instala el sinsentido de la vida y la corrupción
como lógica consecuencia.
El economicismo no tiene patria ni bandera;
solo la política es el arte que expresa los proyectos nacionales.
Las
administraciones son los gerentes del imperio de turno y justo cuando el
mundo superaba la etapa colonial, nuestra dependencia intelectual y
económica nos devolvió a la humillación y a la indignidad política y
económica que habían superado con sus luchas nuestros héroes.
Con
vaivenes -como la década infame- podríamos decir que fuimos patria hasta
el último golpe.
Ahora, en un mundo que se protege, nos encontramos
en un amontonamiento de confrontaciones que aísla a las partes, los
pedazos de aquello que durante mucho tiempo tuvo voluntad de constituir
una nación.
La política tiene solo dos desafíos: primero, intentar
una síntesis superadora y luego, recuperar un proyecto de futuro.
Los
dos pueden ser uno, siempre y cuando la política sea capaz de imponer su
poder por sobre los grupos económicos; de lo contrario, hablar de
corrupción o de ética va a ser tan solo un divertimento para diletantes.
Los empresarios productivos suelen constituir una “burguesía nacional”.
Los intermediarios -eso que fue “el puerto” en nuestra historia- no
tienen patria ni bandera y son hoy demasiado poderosos como para
permitirnos recuperar el rumbo que merece nuestro pueblo.
Sus
ganancias los llevan a hablar de “populismo” como si los votos fueran
menos importantes que los negocios, que no otro contenido arrastra
semejante devaluación de la democracia.
El Gobierno comete errores y
la oposición ni siquiera logra hilvanar una propuesta.
Cristina
Kirchner pudo ampliar su espectro de seguidores después del triunfo
electoral y ahora parece ingresar en un sectarismo que solo puede ser
compartido por los fanáticos, universo que crece exclusivamente en las
decadencias.
La militancia puede ser una pasión por la justicia o una
justificación de la ambición, y ambos mundos están muy lejos de
parecerse.
La pandemia permitió convocar a la grandeza.
Por ahora, solo estamos en
segundas partes que nunca fueron buenas.
Entre Vargas Llosa, con su
manifiesto liberal, la senadora Felicitas Beccar Varela, que sustituye
la realidad por su paranoia olvidando las pandemias que generó su clase,
y los que mandan a los presos a prisión domiciliaria está el enorme
espacio de la madurez, de la cordura, de la política, que por el momento
da la impresión de ser un espacio vacío.
Hay patria cuando lo compartido es más fuerte que la riqueza de las diferencias.
Por ahora no hay ni siquiera quien intente una síntesis que nos permita recuperar ese sueño colectivo.
fuente
"infobae", 03.05.2020
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