CRISTINA E. FERNÁNDEZ...
“QUIEN DUERME CON LA SOBERBIA,
DESPIERTA CON LA HUMILLACIÓN”
24/08/2018
La
pelea de Cristina Kirchner con la evidencia, ¿es parte de una estrategia o ella
misma cree su propia ficción?
En el momento más difícil que le ha tocado vivir
desde que abandonó el resguardo del poder, la ex presidente asiste al principio
del fin de su propio sueño de ascender y pertenecer... (y permanecer)
Por Laura Di Marco para La
Nación
“El problema no
soy yo, el problema son todos ustedes”, se enfureció Cristina Kirchner el último miércoles en
el Senado, poco después de que sus colegas, esos “traidores”, votaran por
unanimidad el allanamiento a sus tres casas, en el marco de una causa que
investiga la mafia de la obra pública y que la tiene, con más evidencias que
nunca, en el centro de la mira.
Su último discurso, aunque impregnado por su
marca registrada –la soberbia- estuvo lejos del brillo de otras épocas.
Más
dispersa, dejó sabor a ocaso.
Cristina asiste
al principio del fin de su propio sueño.
Un sueño al que se dedicó,
literalmente, toda su vida: desde que nació, como hija natural, en aquel hogar
de Tolosa sin cloacas, y del que se prometió salir para ascender socialmente.
Ascender y “pertenecer”. A cualquier precio, a como dé lugar.
Pero aquel
castillo de naipes, ese House of Cards privado
y a la criolla, comenzó a resquebrajarse esta semana durante el momento más
difícil que le ha tocado vivir desde que abandonó el resguardo del poder.
Podría decirse que el primer “relato” de Cristina empieza con su propia vida.
Edulcorando, por ejemplo, las verdaderas
condiciones de su infancia, en la que sufrió violencia.
El colectivero
Eduardo Fernández, quien asumió el rol paterno, la ignoraba, mientras que con
su madre, Ofelia, las trifulcas eran cotidianas.
En la casa de los
Wilhem-Fernández los platos volaban por el aire, por eso trataba de estar lo
menos posible.
Con bastante arte, y a través de sus biografías oficialistas
(que controló), fue exitosa, también, en ocultar la humilde escuelita 102, de
Tolosa, donde cursó la primaria.
Un edificio deteriorado, al que le entró un
metro y medio de agua, durante la inundación de 2013 y al que Cristina nunca
ayudó porque jamás se reconoció en aquellas aulas.
Sus primeros
pasos en la carrera del ascenso social –una estrategia que diseñó, sin
descanso, desde que tenía 9 años, cuando competía despiadadamente por el mejor
promedio de su clase con un compañero al que llamaban Alí- se apalancó en tres
hitos fundacionales.
Uno fue cuando obligó al colectivero Fernández a asociarse
al Jockey Club platense para poder conectar con un círculo social más elevado.
El segundo, cuando presionó y logró el pase de una secundaria estatal a La
Misericordia, un colegio privado y católico para la clase media.
Sus ex
compañeras la recuerdan como creída y soberbia –aunque también ultra reservada
con su vida privada, sobre la que era hermética-, a pesar de que muchas veces
no tenía dinero ni para las salidas grupales.
Su tercer “logro” fue el noviazgo
con el rugbier Raúl Cafferata, hijo de una tradicional familia platense.
Aquel
romance fue el carnet que necesitaba para orbitar un estrato social, que la
ninguneaba por no “pertenecer”.
Se comprende, entonces, que la aparición de
Néstor Kirchner en su vida, con la promesa de “hacer platita” y de blindarla
definitivamente con la carrera del poder y la política, haya sido providencial.
Aquel
santacruceño poco agraciado encajaba justo con su plan de salvación.
Por eso,
se convirtió no solo en su marido sino en su rescatador, quién, además, la
llevó bien lejos de aquellos orígenes dolorosos.
¿Qué importancia podía tener,
entonces, la forma en que armara su imperio?
En el diseño de aquella estrategia
obsesiva, el matrimonio se fue apropiando de los emblemas de los ricos,
mientras los combatían en el discurso.
En 2003, Cristina se encaprichó con
comprar un símbolo del status: la casa de los Gotti, familia de un poderoso
empresario de la construcción, en Río Gallegos.
Y más tarde, cuando inauguró
Los Sauces, pretendió emular a la glamorosa Ángela Girometti de Guatti con su
emblemático “Los Álamos”, símbolo del lujo y el confort en El Calafate.
Su obra
culminante fue en 2007, cuando le exigió al marido que le dejara la
presidencia.
Ella estaba desesperada por “pertenecer” y, en el contrato
inicial, él le había prometido que sería la primera.
“Soy la primera senadora allanada, la primera presidenta mujer y
la primera en ser expulsada del bloque oficialista.
Tengo la vocación de hacer
cosas inéditas”, se autoexaltó, en el Senado.
Narcisismo de máxima pureza.
O,
tal vez, narcisismo compensador, como arriesga la médica psiquiatra Graciela
Moreschi, que toma la calificación de su colega Theodore Millon.
El terapeuta
norteamericano, especialista en trastornos de la personalidad, define al
narcisista compensador como aquella personalidad, anclada en la grandiosidad,
que además busca compensar aquello que, en su infancia, ha vivido como déficit.
Millon pone como ejemplo a Napoleón.
En el Senado, el radical Luis Naidenoff pronunció una frase que eyectó a Cristina de su banca.
“Pueden decir lo que
quieran, pero lo que no se puede tapar es la realidad”, se despachó.
Una bala que
pareció dañarla mucho más que cualquier otro reproche.
Tal vez porque golpeó
sobre la burbuja ideológica en la que vive (¿se protege?): una realidad que
acomoda a su gusto y que le transmite a sus adláteres vía Telegram.
Un ejemplo de
esta semana, donde creyó ver en los Cuadernos de Centeno un escrito posdatado:
“Las fotocopias de fotocopias de los mal llamados ‘cuadernos’ es una burda
operación armada por servicios de inteligencia y periodistas. Estamos ante una
maniobra colosal de terrorismo económico que podría llegar a hacer sucumbir a
la economía argentina. Las empresas argentinas perdieron hasta aquí us$ 8.000
millones por efecto de este affaire. Asistimos a un drama histórico irreparable”.
¿Y los
empresarios arrepentidos?
Mienten. ¿Y las anotaciones del secretario Larraburu,
la confesión de funcionarios K y del propio Abal Medina, jefe de gabinete
cristinista?
“Abal nunca fue santo de su devoción. Y además, nadie sabe dónde
iba realmente el dinero que recaudaba”, meten cizaña, en su entorno.
¿Cuentapropismo horizontal? Algo así.
La pelea de Cristina con la evidencia, ¿es parte
de una estrategia o ella misma cree esta ficción?
La biblioteca
de la psicología –también atravesada por la grieta- no puede responderlo con
certeza.
Una hipótesis psicoanalítica sugiere que la negación es una forma de
protección.
Según la
terapeuta Laura Gutman, en su carrera por ascender y “pertenecer”, apeló a
otros dos mecanismos de compensación: el anhelo de riqueza, como una manera de
sentirse más potente y el maltrato (en combo con la soberbia), para sentirse
más segura.
Cristina sintió
que llegaba a la cúspide de la pertenencia social cuando se convirtió en
presidenta.
Pero, la vez, dejó de “pertenecer” cuando Scioli perdió las
elecciones.
Está claro que, de haber ganado esos comicios, ella hubiera seguido
siendo reina.
Pero dejó de serlo y le cuesta asimilarlo.
El último martes, una
multitud se congregó en el Congreso para exigir que se despoje de sus fueros.
Su figura concentra, además, el 60 por ciento del rechazo social: un porcentaje
negativo que no ha se movido en los últimos dos años y que la vuelve una
candidata inviable en un eventual ballotage presidencial.
En su frenética huida
hacia adelante no previó, tal vez, que nada es para siempre.
Fuente
“Radio Mitre”, 24.08.2016
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