Cuando se
trata de robots parece que no hubiera medias tintas.
Los robots van a venir y
nos van a quitar los trabajos.
Después están quienes dicen que esto resultará
en infinito tiempo libre que desencadenará la explosión creativa de un
"Nuevo Renacimiento", y quienes creen que del desempleo masivo y la
inempleabilidad no nos recuperaremos nunca.
Pero quizá la obsesión por el
desempleo a raíz de la automatización nos está haciendo ignorar una
consecuencia aún más inmediata: la amplificación de la desigualdad económica.
La
ansiedad provocada por la automatización no es algo nuevo.
Durante la
Revolución Industrial los luditas se hicieron famosos por destruir varias de
las máquinas instaladas en molinos y fábricas.
Esto les valió la fama en el
imaginario cultural como un movimiento anti-tecnología, pero este no era el
caso.
Lo que buscaban era mejorar su posición ante sus empleadores utilizando
la estrategia que en 1952 el historiador marxista Eric Hobsbawm bautizó como
"negociación colectiva por disturbio".
Es
cierto que esta vez se están automatizando tareas que antes eran consideradas
inteligentes (como manejar un vehículo o redactar textos), pero esto no afectó
al ritmo con el que la productividad aumenta.
Es por esto que suele
argumentarse que esta nueva ola de automatización es distinta a cualquier otra,
aunque esto no se vea reflejado en los datos y, de hecho, desde el año 2000
aproximadamente el ritmo de aumento de la productividad ha ido disminuyendo.
En la raíz
del problema está que los aumentos de productividad del que muchas industrias
pueden haber disfrutado no han sido equitativamente distribuidos.
Se trata del
1% del 1% más rico, cuya riqueza está directamente vinculada al valor de las
acciones de las empresas que poseen.
Uno de ellos, firmado por los economistas Anton Korinek y
el premio Nobel de economía Joseph E. Stiglitz, pone el foco en la forma en que
los desarrollos de "inteligencia artificial" y otras formas de
automatizaciónpodrían afectar la distribución del ingreso.
Lo que
observan es que los beneficios muy probablemente no serán distribuidos
equitativamente.
Los
autores reconocen que la automatización podría ser innegablemente positiva en
una economía en la cual los individuos están "asegurados en contra de los
efectos adversos de la innovación", por ejemplo a partir de un esfuerzo de
redistribución eficiente.
Sin este tipo de intervenciones no sólo se corre el
riesgo de que la desigualdad siga aumentando sino de que resulte en peores
condiciones en términos absolutos.
Los robots Sanbot, mostrados en la última CES 2018, pueden arrastras hasta 440 kilos o llevar 80 kg en su bandeja frontal a casi 20 km por hora. Foto: AFP
"En ausencia
de políticas de intervención, lo más probable es que la automatización
incremente la desigualdad de riqueza, ingreso y poder", sostienen sus
autores.
Esto va directamente en contra de lo que suele proponerse desde
Silicon Valley, con advertencias de que las regulaciones impiden la innovación.
Esta
propuesta no implica, de todos modos, desacelerar la incorporación de
tecnología al mercado laboral.
En cambio, lo que proponen es potenciar a la
economía con el uso de tecnología, pero repensando los modelos de propiedad en
favor de una mejor distribución de los beneficios de nuestro futuro robótico.
Esto no es muy distinto de lo que los luditas exigían hace 200 años.
La
discusión acerca de la automatización tiene tanto que ver con el pasado como
con el futuro.
Al dejarnos obnubilar por las lucecitas de los robots podemos
apresurarnos a dejar de lado que en gran parte los desafíos son intrínsecos al
capitalismo.
Es decir, no es que esto sea algo malo, sino que son problemas que
tienen larga data.
Del mismo modo que ciertos avances en inteligencia
artificial nos han forzado a repensar lo que consideramos
inteligente, el advenimiento de los robots en el mercado laboral
podrían hacernos repensar al trabajo mismo y la forma en que concebimos a la
salud de una economía.
En cualquier caso, la desigualdad es un problema creciente hoy y frente a
cualquiera de los escenarios de la automatización parecería tender a
incrementarse.
Esto, curiosamente, nos da la pauta de que podemos empezar a
trabajar en una solución sin esperar a que vengan los robots y lo resuelvan.
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