ARGENTINA Y EL 1° DE ABRIL
Condenado a confrontar

Carlos Pagni – La Nación – Lunes, 03 de abril de 2017
No hace
falta indicar que las marchas de anteayer no requirieron de colectivos ni
choripán.
Detalles más interesantes revelan su espontaneidad.
Sólo gente muy
lejana a la política profesional puede convocar a vecinos de clase media un
sábado, mientras juega Boca, en la semana en que se anunció una suba del gas, y
apostar a un éxito.
Marcha 1A en apoyo al Gobierno. Foto: LA NACION / Ricardo Pristupluk
Lo raro es que fue un éxito.
Hay un detalle más curioso para
entender que se trataba de una expresión cívica, ajena a un patrón
convencional.
El objetivo de cualquier organización que promueve una
concentración es impactar con el número de asistentes.
Es el modo de demostrar
representatividad.
Sin embargo, en las marchas de anteayer los asistentes
entraban y salían del punto de reunión. Circulaban.
No obedecían a la
pretensión más marcada del poder: retener. Imposible saber cuántos fueron. La
inmensa mayoría era itinerante.
Este aspecto del fenómeno es crucial
para desentrañar su significado.
Fue un acto de apoyo al Gobierno, pero antes
fue una afirmación de la propia ciudadanía.
La genealogía de estas
movilizaciones se remonta a un tiempo anterior al actual oficialismo.
Remite a
una secuencia que se inició con el inesperado cacerolazo del 13 de septiembre
de 2012.
Cuando Mauricio Macri no era siquiera candidato. Ni Sergio Massa había
derrotado a Cristina Kirchner en la provincia de Buenos Aires.
La autonomía de estas irrupciones
insinúa que quienes las realizan no son la clientela de un gobierno o un
partido.
No son los dirigidos de un grupo de dirigentes.
Más que prestar apoyo,
formulan un mandato.
Quien pareció entender mejor este rasgo fue Marcos Peña
cuando, dialogando con Mirtha Legrand, comentó: "Ahí están nuestros
jefes".
El problema es que se trata de una jefatura enigmática. Es difícil
precisar sus órdenes. Es difícil obedecerla.
El oficialismo cometería un grave
error si viera en esa multitud una masa disponible para disputar con sus
adversarios el control de la calle.
El Gobierno fue el principal
sorprendido con lo que sucedió.
Sus líderes estaban angustiados porque hubiera
poca concurrencia.
Algunos intentaron convencer, sin demasiado éxito, a
tuiteros famosos para que invitaran a sus seguidores.
Muchos funcionarios
aclararon que la administración no tenía nada que ver con lo que sucediera.
Nadie apostaba a un suceso.
La prueba es que los radicales no llevaron
militantes con banderas.
Esa falta de picardía afectó también al sindicalista
Gerónimo "Momo" Venegas, que movió a su gremio.
El oficialismo se quedó corto. No
previó la masividad.
Ojalá no se quede corto en la interpretación de la
demanda.
Si es verdad que son los continuadores de los cacerolazos, los que
fueron a las plazas no lo hicieron por el cepo, la energía o los kilómetros de
rutas.
Es más probable que sueñen con una regeneración de la democracia.
"Es la República, estúpido", diría Carville.
Hay otro factor que explica la
dimensión del movimiento.
Lo sugirió ayer Juan José Campanella: "Esta
histórica marcha no hubiera sido posible sin las motivadoras palabras de Hebe,
Baradel, Daer, CFK y tantos otros. ¡A ellos, gracias!".
Este
reconocimiento hacia estas nuevas morsas cobija una mayor complejidad.
Las
movilizaciones opositoras, identificadas con las figuras mencionados por
Campanella, han sido el insumo de un relato cuyo argumento principal es el
siguiente: la administración de Macri tiene un déficit de legitimidad porque,
como explicó Cristina Kirchner antes de dejar el poder, los votantes fueron
engañados por los medios; esa falla originaria aparecerá ante la menor
dificultad, determinando la caída.
Las concentraciones opositoras son, para ese
punto de vista, la corroboración de esa profecía: el "pueblo" ocupa
el espacio público para enfrentar la inconsistencia democrática del Gobierno.
Esta lectura se radicalizó en las últimas dos semanas.
Un grupo de militantes
recibió a Macri en Amsterdam con la leyenda "Sos la dictadura".
Y
Hebe de Bonafini acusó a Estela de Carlotto de traidora por reunirse con María
Eugenia Vidal, "la asesina de nuestros hijos".
En el caso de Bonafini
es innecesario aclarar "sic".
La reivindicación de las organizaciones
armadas hace juego con esa confusión entre Cambiemos y el terrorismo de Estado.
Es probable que, en este contexto,
los que tomaron las plazas se hayan levantado contra la propensión, tan típica
de la izquierda populista, de reclamar para sí el monopolio de la voluntad
ciudadana.
El Gobierno tomó la marcha como una
inyección de vitalidad.
Desde febrero Macri padece un infierno astral que tarda
en superar.
Por el error con los jubilados, el escándalo del Correo y, sobre
todo, la caída de las expectativas que consignaron las encuestas.
Esa racha fue
seguida de las protestas opositoras.
Y por una candorosa percepción de que los
adversarios "racionales" no son tan solidarios como prometían.
El
impacto subjetivo de esos episodios no se compensa con likes de
Facebook o algún "¡fuerza!" en un timbreo.
Por eso la presencia de
personas de carne y hueso en las calles tuvo, en Macri y su entorno, un efecto
emocional más fuerte que el que podía presumirse.
¿Qué consecuencias cabe esperar?
Es
probable que la adhesión de la calle, que expresa a los simpatizantes más
duros, confirme a Macri en una hipótesis: el oficialismo debe mostrarse
combativo.
Él alienta la batalla de María Eugenia Vidal con el gremialismo
docente, y aplaudió la desconocida agresividad de Peña en el Congreso, con su
"háganse cargo".
Durante el viaje a Holanda, Jorge Triaca lo reforzó
en ese espíritu: "Si no nos defendemos, nadie nos va a defender".
Triaca enfrenta el paro de este jueves, cuyo sentido también cambia luego de la
marcha.
La opción por la firmeza apareció hace dos semanas, durante una reunión
de gabinete. Fue cuando Macri defendió a Patricia Bullrich, a quien le
reprocharon haber dicho que el piquetero Emilio Pérsico llega siete veces a fin
de mes.
Y volvió a surgir el viernes: contra las salvedades técnicas de Susana
Malcorra, el Presidente quería pedir la expulsión de Venezuela del Mercosur.
Es
lógico. Los astros se le habían alineado: quienes lo llaman dictador callaron
frente al nuevo desborde de Nicolás Maduro.
Es probable que Macri lea las últimas
encuestas a la luz de este nuevo estilo.
Jaime Durán Barba le comunicó una
recuperación de 3 puntos.
Y Emilio Monzó le leyó un estudio de Aresco según el
cual 30% del electorado lo votaría aun sin que se advirtieran resultados
económicos.
Macri está condenado a la
confrontación.
Aunque el nuevo eslogan de Durán Barba sea "Juntos",
aunque declame la "unidad de los argentinos".
La marcha agudiza la
polarización.
Eclipsa a quienes creen, como Sergio Massa o Florencio Randazzo,
que hay un espacio para oponerse al Gobierno y al kirchnerismo al mismo tiempo.
En definitiva, fortalece una campaña diseñada para prolongar el ballotage
Fuente
“La Nación”, 03.04.2017
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