OCHO AÑOS,… DOS
GOBERNADORES,… CINCO MINISTROS… Y LA SALUD SIGUE… A LOS TUMBOS
A
los tumbos desde hace 8 años y sin tiempo para revertir el panorama de acá a
diciembre. Esa es la definición que le cabe a lo que ocurre en el Ministerio de
Salud de Mendoza, un área que permanece presa de las peleas internas, las
conducciones erráticas, los escandalosos enfrentamientos entre el personal y
los funcionarios, y la imposibilidad de ponerles fin a las remanidas
problemáticas, como las colas en los
centros de salud o las listas de espera para cirugía.
Dos
gobernadores y cinco ministros no supieron, ni saben, cómo domar esa fiera que
nos muestra su rostro más atroz – y doloroso para sus víctimas – cuando, de
tanto en tanto, los medios de comunicación volvemos a poner la lupa sobre el
funcionamiento de los hospitales y centros de salud públicos, o de la ardua
negociación salarial con los gremios, que a veces deriva en huelgas.
Durante
la gestión de Celso Jaque, lo que ocurrió en la cartera que nos convoca fue un
triste papelón cuyas consecuencias las pagaron los pacientes que carecen de
obra social.
Los
dos primeros años, la pelea entre quien era ministro, Sergio Saracco, y Ricardo
Landete, su segundo y, a la vez, cuñado de Jaque, paralizó toda la estructura.
Por
esas horas, un incendio en el hospital infantil Humberto Notti reveló la
acumulación de residuos patológicos, que no funcionaban los matafuegos ni el
aire acondicionado y que los bebés que permanecían en Neonatología debían
convivir con ratas y cucarachas.
Ni
los lazos familiares, ni el prestigio de Saracco, evitaron la debacle. Fue entonces
que el malarguino nombró a Juan Carlos Behler, que termino su mandato igual de
cuestionado que sus antecesores.
Nunca
voy a olvidar a Francisco Pérez en campaña. Sin titubear, cuando le preguntaban
cuál era el tendón de Aquiles de su jefe político respondía: “La salud”.
Tampoco
se borran de mi memoria sus lágrimas durante el primer discurso ante la
Asamblea Legislativa, el 1 de mayo de 2012, cuando mirando a los ojos en forma
teatral a su esposa, Celina Sánchez, evocó
el dolor de los que esperan horas por un turno.
Por
esas horas, Carlos Díaz Russo ya era ministro, Médico, gerente de una prepaga
que le pagaba un excelente sueldo, y con referencias intachables, Días Russo
fracasó sin haber encarado o aplicado ni una
de las medidas que figuraban en las plataformas y que se
vociferaban en tiempos electorales.
Entonces
llegó el amigo: Matías Roby, una especie de Mesías que se presentaba en los
hospitales los sábados en la mañana para luego denunciar, como su fuera un legislador de la oposición, que los
quirófanos no se pintan desde hace 18 años o que el instrumental que les
entregan a los médicos no es mucho mejor que “cuchillo
y tenedor”.
Confiado
en conseguir dinero de la Nación y de los organismos internacionales, Roby juró
que en los 700 días que le daban para actuar iba a sacar a flote a un
Ministerio que destina el 80% del presupuesto en sueldos y sólo el 20%,
restante, a gestión. Y si bien hoy – peleado con su hermano Paco
y lanzado a la carrera de la gobernación – la juega de político atípico que se
anima a contar lo que se negocia en las mesas chicas, el día que asumió también
hizo muchas promesas, a la vieja usanza. Y más allá de los rayos y centellas
que ocasionó su salida de gabinete, lo cierto es que tampoco él deja una
impronta. Una buena impronta. Al contrario,
cortó lazos con los gremialistas de ATE y AMPROS que, por ejemplo, este jueves
volverán a sentarse a la mesa paritaria, luego que la semana pasada rechazaran
sin pestañear el 33% de aumento que les propuso el Gobierno.
Una
misión imposible es la que le asignaron, entonces, al sucesor Oscar Renna, el
flamante ministro. Terminada la Vendimia 2015, el Ejecutivo se apresta a
encarar el cronograma electoral que nos pisa los talones. No hay tiempo para más.
Cierra
la puerta de otra gestión y los problemas del Ministerio, al que alguna vez en
este mismo espacio califiqué de “maldito”, siguen engordando gozando – paradójicamente – de excelente
salud.
FUENTE
“UNO”,
10.03.2015
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